Primera Lectura: del libro del profeta Isaías 49: 1-6
Salmo Responsorial, del salmo 138: Te doy gracias, porque me has escogido
portentosamente.
Segunda Lectura: del libro de los Hechos de los Apóstoles 13: 22-26
Aclamación: Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha
visitadoa su pueblo.
Evangelio: Lucas 1: 57-66, 80.
En la liturgia,
solamente celebra la Iglesia tres nacimientos: el de Jesús, el de María
y el de Juan el Bautista; en todos los demás santos recuerda su nacimiento
definitivo: el martirio o la muerte como el final que lleva a la participación
de la Gloria. Juan el Bautista es al único que encontramos en
esas dos ocasiones: nacimiento en la carne y nacimiento para el Reino,
¡algo nos dice en especial!
Es el gozne entre
los dos Testamentos, el último de los Profetas, la Voz que clamó en
el desierto y luego señaló a Jesús entre los hombres; en él se realiza
el inicio del cumplimiento de todas las promesas que culminarán en
Jesús, Único Mediador.
Voz que sabe
lo que dice, voz obediente a la moción del Espíritu, voz que busca
con ahínco expresar la verdad, voz que sufre en la búsqueda de sí
misma dentro de un hombre elegido desde el seno de su madre, pero que
colabora, sin poner condiciones, para que el pueblo prepare el camino
al Salvador. Al detenernos a contemplar este ejemplo, lo sentimos muy
cercano, como que nos invita a que revivamos, cada uno, las características
del profeta, del que habla en nombre de Dios, del que está henchido
de Dios, del que sabe que “en vano se cansa, porque en realidad su suerte está en manos del
Señor, su recompensa ese el mismo Dios”.
En diversas ocasiones
hemos meditado que la vocación es un llamamiento que viene desde fuera:
“Alguien nos llama”, nos encomienda una misión y, al mismo tiempo,
nos da las fuerzas necesarias para cumplirla. No es hipérbole, también
el Señor nos llama para ser “luz de las naciones, para que la salvación llegue hasta los últimos
rincones de la tierra”. El estribillo del salmo nos retrata: “Te doy gracias
Señor, porque me has formado maravillosamente”. Sin duda nuestro
nacimiento no estuvo acompañado con los signos del de Juan, pero el
solo hecho de haber nacido, ya es una maravilla; el seguir conociéndonos
y conocer al Señor, hace que suba de tono esa maravilla, el percibir
y aceptar ser escogidos, la culmina. En todos y cada uno se realiza
el significado de Juan: “Dios es favorable”. Ya adivinamos lo que sigue: ¿qué
tanto llevamos a cabo esa misión y hacemos patente “la luz que congregue a las naciones”? ¿La sentimos
brillar en el corazón y proyectarse en nuestras acciones? No
nos pedirá la vida austera ni el juicio tajante ni la amenaza de que
la segur ya esté apuntando a la raíz; pero sí que exista congruencia,
fidelidad, penitencia, oración, entrega sin temores hasta la misma
muerte, que recordemos con frecuencia lo que dice San Juan en el Apocalipsis: “Y porque no amaron
tanto la vida que temieran la muerte, por eso ahora reinan con el Cordero”.
En el nacimiento
de Juan Bautista, más precisamente en el momento de escoger su nombre,
se le suelta la lengua a Zacarías, lengua muda por la duda, ahora se
deshace en alabanzas a Dios: ¡cuánto tuvo que aguardar para entender
que el Señor es Bueno, que Dios es fiel a sus promesas! Todos los presentes
se preguntaban impresionados “¿Qué va a ser de este niño? Esto lo decían, porque realmente
la mano de Dios estaba con él”.
Nuestros padres, seguramente,
se preguntaron lo mismo, porque la mano de Dios está en cada nacimiento.
Fuimos respondiendo en la vida, algunos ya no nos oyen físicamente,
otros aguardan la realización de sus sueños. Es bueno que nos preguntemos
a nosotros mismos: ¿qué ha sido, qué es y qué queremos
que sea nuestra vida? Ojalá como la del Bautista el Espíritu
nos fortalezca y nos presentemos, sin miedos, como heraldos de Jesucristo.