Primera Lectura: del libro de la Sabiduría 1: 13-15, 2: 23-24
Salmo Responsorial, del salmo 30: Te alabaré, Señor,
eternamente.
Segunda Lectura: de la segunda carta del apóstol Pablo a los corintios 8: 7-9,
13-15
Aclamación: Jesucristo, nuestro salvador, ha vencido la
muerte y ha hecho resplandecer la vida por medio del Evangelio.
Evangelio: Marcos 5: 21-43.
Aplaudimos con
júbilo al admirar un espectáculo que nos ha conmovido, que nos ha
comunicado plasticidad, armonía, ritmo. ¡Cómo no lo vamos a hacer
diariamente, al estar en contacto con la Creación, con la maravilla
de nuestro cuerpo, con las incalculables potencias de nuestro espíritu,
y reconocer en todo ello la mano providente de Dios! ¡Alegría inacabable
de la creatura que siente la presencia del Creador! En incontables
ocasiones hemos meditado el dicho de San Ireneo: “La Gloria de Dios
es que el hombre viva”, y viva feliz.
Contentos, agradecidos,
porque “somos
hijos de la luz, porque Él nos ha sacado de las tinieblas del error
y nos conduce al esplendor de la verdad”. “No somos hijos de las
tinieblas; somos hijos de la luz”.
Lo que Dios hace “está bien hecho”,
entonces ¿por qué existen las aflicciones, la enfermedad, la tristeza,
la muerte? La Sabiduría divina nos responde con toda claridad: “Dios no hizo la
muerte, ni se recrea en la destrucción de los vivientes. Todo lo creó
para que subsistiera. Las creaturas del mundo son saludables”.
El Señor, el gran ecólogo, el Arquitecto perfecto, el que invita a
la Vida, el que goza al ver en cada uno Su propia imagen, no puede ser
el origen de lo roto, de lo partido; hemos sido nosotros, al dialogar
con la tentación, los introductores del pecado y de la muerte; hemos
tergiversado las relaciones paterno-filiales, las fraternas, las racionales
y estérilmente buscamos, desde nosotros, el camino del retorno.
¿Por qué
la pregunta ancestral sigue acuciándonos si ya tenemos la respuesta?:
el pecado, el olvido de Dios, la ausencia de alegría profunda y duradera,
llegan por la falta de fe y de caridad, falta de amor concreto y servicial,
de no haber hecho nuestro el ejemplo de Jesucristo, “que siendo rico, se hizo pobre por nosotros, para hacernos ricos
con su pobreza”. Bien lo clarifica San Pablo: “no se trata de que vivamos en la indigencia, sino en la justicia”,
en la equidad, en una fraternidad vivificante; esto implica renuncia
personal en bien de los demás, sin ella, será imposible disminuir
la pobreza. Hoy, día de las elecciones, seguramente recordamos las
promesas de todos los candidatos para erradicar la pobreza; el ¿cómo?,
es el problema y será irresoluble sin la visión de fe que active la
caridad, la solidaridad, la unidad que trascienden. Ninguno
ha propuesto este horizonte, y sin él, todo quedará en palabras que
se van con el viento. La decisión no es fácil, mas sí es posible.
La enfermedad,
la muerte, la impotencia, encuentran solución en Jesucristo. “Hija, tu fe te ha curado Vete en paz y queda sana de tu enfermedad.”
Doce años de sufrimiento han quedado borrados. En Jairo un doble paso:
acude a Jesús superando obstáculos sociales y posturas religiosas,
recordemos que era jefe de la sinagoga: “Mi hija está agonizando. Ven a imponerle las manos para que se
cure y viva”. El segundo, el anuncio de que la hija ha muerto,
hasta le impide hablar. Es Jesús quien reanima la esperanza: “No temas, basta que tengas fe”.
La incredulidad no
es cosa “nueva”, “Se reían de él”. Jesús entra y toma de la mano doce
años dormidos y con su amor y su voz, los despierta. Vida, salud y
alegría, no pueden ser otras las actitudes las de Aquel que dio
su vida por nosotros. ¿Crecerán nuestra fe y nuestra confianza en
el Señor que vence hasta la misma muerte?