Primera Lectura: del libro del profeta Jeremías 23; 1-6
Salmo Respnsorial, del salmo
22: "El Señor es mi pastor, nada me
falta."
Segunda Lectura: de la segunda carta de San Pablo a los efesios 2: 13-18
Aclamación: El Espíritu del Señor está sobre mí; él me ha
enviado para anunciar a los pobres la buena nueva.
Evangelio: Marcos 6: 30-34.
El domingo pasado
pedíamos “saciarnos de gozo en tu presencia, Señor”, en la antífona
de entrada; ahora confesamos que “Él es nuestro único auxilio y apoyo”,
y por ello le daremos gracias, y recalcamos la razón: “porque eres bueno”. Si ahondáramos
en serio esta convicción, nuestro agradecimiento jamás terminaría
y de él colectaríamos las fuerzas necesarias para ser perseverantes
de corazón.
Como nos conocemos
y nos seguimos conociendo más sincera y profundamente, captamos la
necesidad de crecer en las virtudes que nos unen más directamente a
Dios, las teologales, de ahí nuestra petición: “multiplica tu gracia en nosotros para que llenos
de fe, esperanza y caridad, que es el amor, permanezcamos fieles en
el cumplimiento de tus mandatos”. ¿Qué mejor regalo podemos
pedir que aquel que nos mantenga en el nivel que el Señor espera de
nosotros y que por nosotros mismos no podemos alcanzar?
El mensaje del
“Señor Dios de Israel” es triple: Primero “contra los pastores que apacientan a mi pueblo”,
no cuidan, rechazan a mis ovejas; sin duda habremos tenido la experiencia
de admirar el cariño del pastor por su rebaño, cómo conoce a cada
oveja y las llama por su nombre. Luego “Yo mismo las reuniré”. Finalmente: “Les
pondré pastores que las apacienten”. Vendrá la promesa definitiva: “Haré
surgir un renuevo del tronco de David: será un Rey justo y prudente
y hará que en la tierra se observen la ley y la justicia”.
Esperanza que se cumple en Jesucristo pero que está, de alguna forma
condicionada a que las ovejas escuchen su voz, ahora tan apagada por
tanto ruido extraño –que nos deja- en una sordera, lamentablemente,
creciente. No queremos oír “Al Señor que es nuestra justicia”.
¡Señor, danos pastores según tu corazón; que nos precedan con el
ejemplo, no solamente con la palabra, entonces sí seremos capaces de
distinguir tu voz entre tantas voces que nos circundan!
En el Salmo
la esperanza crece porque la promesa proviene del mismo Jesús que cumple
cabalmente: “repara nuestras fuerzas, nos lleva a fuentes tranquilas y a pastos
abundantes, nos prepara la mesa – en la que Él es el manjar-
nos da la seguridad al estar con nosotros porque su bondad y su misericordia
nos acompañan”. ¿Podríamos esperar un Pastor más seguro
y entregado?
San Pablo fortalece
aún más nuestra confianza: en Cristo Jesús encontrarán todos los
pueblos la unificación, pues no se queda en una figura que anima, va
hasta el final: “mediante la Cruz dio muerte en sí mismo al odio
que nos separaba”. La conquista está finiquitada, nos ha acercado
al Padre por la acción de un mismo Espíritu.
Jesús, verdadero
hombre, igual a nosotros, se cansa y sabe que los discípulos están
cansados, su invitación también nos atañe: “Vengan conmigo a un lugar solitario, para que
descansen un poco”. La tranquilidad para reposar, para reflexionar,
para analizar lo hecho, pero lo importante: con Él. Sin embargo, su
impulso de Pastor le hace olvidar lo planeado porque se compadece, porque
“andaban como ovejas sin pastor”, y se pone a enseñar a
la multitud. Jesús vive lo que predica, lo enseña, lo contagia, lo
importante para Él son siempre los demás; ¿qué tan cerca lo imitamos?
Insistamos en la petición: aumento de fe, de esperanza, de amor, y
Él nos ayudará a conseguirlo.