Primera Lectura: del libro del profeta Iaías. 56: 1: 6-7
Salmo Responsorial, del salmo 66
Segunda Lectura: del la primera carta del apóstol Pablo a Timoteo 2: 1-8
Evangelio: Mateo 28:
16-20.
Vocación cristiana,
vocación universal. Agradecidos por haber recibido la salvación, cantamos
e invitamos a todos los hombres a cantar la gloria y las maravillas
del Señor.
Incorporados
a Cristo, Cabeza de la Iglesia, sintámonos Iglesia viva, comprometida
para que la salvación llegue a todos los habitantes del orbe, hasta
sus últimos confines. Misión y tarea que Cristo encomendó no sólo
a sus Apóstoles sino a cuantos hemos tenido el gozo de conocerlo, la
oportunidad de amarlo y el deseo de predicarlo.
Recordando las lecturas
del primer domingo de octubre, nos damos cuenta de la acción inacabable
del Espíritu: “¡Ojalá todo el pueblo de Dios fuera profeta y descendiera sobre
todos ellos el Espíritu del Señor!”, exclamaba Moisés, y
precisamente ese es el incesante deseo que recorre toda la Escritura
en la Historia de la Salvación y que cuaja en el envío de Jesucristo
a sus discípulos y a cuantos creemos en Él.
La predicación
no está limitada a la palabra pronunciada, se abre en un inmenso
abanico que engloba toda acción que tiene en cuenta, como reflexionábamos
el domingo pasado, al hermano, de modo especial al segregado, al pobre,
al desvalido y al triste, a la viuda y al extranjero: “Velen por los derechos de los demás, practiquen la justicia, porque
mi salvación está a punto de manifestarse”. Si esto lo profetizaba
Isaías, ¿qué no deduciremos al ver la obra de la Redención ya concluida? “Mi templo será
casa de oración para todos los pueblos”, que Jesús completó
en su diálogo con la samaritana: “Los verdaderos adoradores, adorarán en espíritu y en verdad”.
Si el espíritu
misionero desplegado por la primitiva Comunidad cristiana, fue necesario,
no lo es menos ahora que el mundo entero piensa que marcha seguro hacia
adelante sin mirar ni hacia arriba, ni a los lados; sin intentar oír
a Dios y a los hermanos, enfrascado en una lucha ansiosa de poder y
de riqueza. ¿Cómo podrá percibir la bondad de Dios y poner en
Él su confianza? No es pesimismo ni falta de esperanza, la cruel realidad
que constatamos es que Dios, Padre Bueno, la dignidad del hombre, la
justicia y la equidad, yacen en la basura.
Ya nos dice San
Pablo cómo reiniciar la construcción del mundo: “Hagan súplicas y plegarias por todos los hombres, y en particular
por los jefes de Estado y las demás autoridades”. La oración
ya es misión, “para que los hombres, libres de odios y divisiones, lleguen al
conocimiento de la verdad y se salven”.
Todos necesitamos
aprender de Jesucristo, a Él se le ha concedido todo poder en el cielo
y en la tierra; un poder que construye, que eleva, que libera. Del mismo
poder nos participa para que vayamos “a enseñar, a bautizar” con el signo Trinitario, a preceder
con el ejemplo, cómo entender y cumplir sus mandamientos; así impregnados
de su misma misión, confirmamos el camino de fraternidad que lleva
al Padre.
Unámonos a tantos
hombres y mujeres que, movidos hondamente por el Espíritu, lo abandonaron
todo para llevar destellos de paz y de ternura, para ser chispas de
Dios que tratan de incendiar el mundo.
Que la oración y el
don, nazcan de dentro como una proyección concreta de quienes aún
creemos en el amor y la concordia.