Salmo Responsorial, del salmo 14: Enséñanos, Señor, el camino de la vida.
Segunda Lectura: de la carta a los Hebreos 10: 11-14, 18Aclamación: Velen y oren, para que puedan presentarse sin temor ante el Hijo del hombre.
Evangelio: Marcos 13: 24-32.
El Señor responde a la súplica que elevamos el domingo
anterior, sus palabras transpiran bondad: “Yo tengo designios de paz, no de aflicción”, pero la
condición persiste: Si me invocan “los escucharé y los libraré de toda esclavitud”. De
parte de Él: seguridad asertiva que aguarda de nosotros que purifiquemos
la condición “si”, para pasar del murmullo apenas perceptible,
a la acción que acepta el compromiso: “con tu ayuda cumpliremos tus mandatos y podremos encontrar lo que,
una y otra vez anhelamos: la felicidad verdadera”
Con sencillez
confieso que me admiro de mí mismo, no con la admiración que
deslumbra y alienta por haber encontrado esa luz perseguida, sino porque,
habiendo meditado y pedido, creyendo estar perfectamente convencido,
no crece en mí la respuesta esperada, la que no pone límites, la que
acepta el abrazo, la que confía en el Padre.
Daniel, profeta
apocalíptico, me avisa: ¡El tiempo que no cabalga en la esperanza,
trota vacío! Ya no tienes pasado, ni siquiera presente, estás lanzado,
de manera constante, hacia el futuro; considera el segundo que vives,
lo ves y ya no es, lo mismo pasa con todos los que siguen: ¡sin ser,
dejan de ser apenas siendo! ¿Persigo un despertar amanecido, aun cercado
de angustia? ¿Prefiero permanecer en polvo o convertirme en resplandor
eterno?
El dilema del
ser, que es el mío, que no puedo traspasar a nadie, que me compete,
que seguirá la ruta que le indique, que pende de la ilusión alimentada
con el querer de Dios sobre mi vida, para considerar todas las opciones,
y elegir la única que llega a completar el círculo: ¡Salí de Dios
y a Él regreso! El estribillo del salmo, me recuerda: “Enséñanos, Señor, el camino de la vida”. Enseñanza
que no aprenda el tono solamente, sino que lo vuelva paso duradero.
Vuelvo los ojos
a Jesús, el Centro de todo cuanto existe; me lleno de su decisión
inquebrantable; confío en su entrega que nos abraza a todos y asegura
la victoria final, más allá del pecado y de la muerte. Le pido que
resuene en mí, de manera creciente, lo que San Pablo expresa: “El justo vivirá
de la fe” (Rom. 1: 17).
Todo lo que comienza,
tiene un fin, y yo, creatura entre creaturas, debo de estar atento al
brote de la higuera y distinguir los tiempos de la espera; al fruto
que se anuncia, preceden circunstancias que estremecen y aterran, pero
hay una Voz que todo lo supera, la que convoca a los hombres al momento
del triunfo de la Palabra que permanece siempre.
¿Cuándo
será el momento decisivo? Lo incierto de lo cierto es lo más
cierto, por eso regreso a la expresión paulina: “El justo vivirá de la fe” y pido estar tan afincado en
ella, que a cualquier hora que escuche la llamada, pueda extender las
alas del encuentro.