viernes, 6 de septiembre de 2013

23º ordinario, 8 septiembre 2013



Primera Lectura: del libro de la Sabiduría 9:13-19
Salmo Responsorial, del salmo 89: Enséñanos, Señor, el camino de la vida.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a Filemón 9-10, 12-17
Aclamación: Señor, mira benignamente a tus siervos y enséñanos a cumplir tus mandamientos.
Evangelio: Lucas 14:25-33

Bondad que ilumina, impulsa, ayuda a encontrar y a seguir el camino que conduce a la verdadera libertad, la que sabe elegir mirando el horizonte y no se deja deslumbrar por el brillo de lo inmediato, la que prefiere lo que perdura, la que saborea, desde ya, la herencia eterna; ¿cuál es esa fuente y dónde se encuentra, sino en el Señor? Esto y más encierra lo que juntos oramos en la antífona de entrada y pedimos en la oración colecta. Podemos añadir: ¡Señor que continuemos experimentando la acción de tu presencia en nuestras vidas!

El libro de la Sabiduría, no puede hablarnos sino de Sabiduría, del saborear aquello que purifica y endereza, de lo que invita a que, lo que desde nuestra experiencia conocemos, cuando no nos hemos acogido al soplo del Espíritu; entonces hemos constatado que nuestros pensamientos son insubstanciales, inseguros, equivocados, porque la brújula de nuestro ser, dejada a sí misma, con enorme facilidad desbarra. Reflexión que se convierte en súplica que corrija, guíe y asegure.  Es el camino que rotura y recorre el salmo, y nosotros con él: la vida es brevedad del sueño, es florecer caduco, es tiempo que se esfuma, pero no caerá en el vacío si tu amor, cada mañana nos llena y si tu júbilo, Señor, resuena en lo más hondo para ser sinfonía de amor con la creación entera.

En la breve carta de San Pablo a Filemón, al considerar la molestia de éste por la pérdida del “esclavo”, le hace ver que el mismo apóstol lo ha engendrado para Cristo, precisamente en la cárcel. El reenvío va acompañado con un título netamente cristiano: “recíbelo como hermano…, recíbelo como a mí mismo”. La apertura a todos, aun a aquellos que pudieran habernos causado algún mal. ¡Cómo resuena el mandato de Cristo: “ámense como yo los he amado”!

En el evangelio, San Lucas continúa presentándonos “la subida de Jesús a Jerusalén”, se encamina a completar su misión por la Pasión, la Cruz y la Resurrección. Le acompaña una gran multitud, Él aprovecha para recordar las condiciones para seguirlo de verdad: el desprendimiento de todo, la auténtica renuncia a todo, no como contraposición sino en comparación de superioridad del amor hacia Él sobre cualquier otro amor; no es negación sino relativización; el Absoluto pide fidelidad a toda prueba.

Las dos parábolas ponen de manifiesto la necesidad del discernimiento, si no lo hay, las consecuencias serán nefastas: una construcción inacabada, una batalla perdida antes del enfrentamiento. ¡Qué importante saber elegir los medios y no solamente unos medios!

Los dos renglones finales reafirman la radical sentencia del Señor: “el que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo”. Quizá le preguntemos balbucientes: ¿y qué nos queda, Señor?, su respuesta da sentido a todo: ¡Te quedo Yo!