Salmo Responsorial, del salmo 50: Me levantaré y volveré a mi padre.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a Timoteo: 1: 12-17
Aclamación: Dios ha reconciliado consigo al mundo, por medio de Cristo, y nos ha encomendado a nosotros el mensaje de la reconciliación.
Evangelio: Lucas 15: 1-32.
“A los que esperan en Ti, Señor, concédeles tu paz…”, y a los que no esperan porque no te han encontrado o habiéndote encontrado tomaron otro camino, también.
Pedirle al Señor que “cumpla su palabra”,
con todo respeto me parece una osadía, ¿puede acaso caber la infidelidad
en Dios?, ¡nunca!; recordando la 2ª Carta a Timoteo (2: 13), nos dice
San Pablo: “si
somos infieles, Él permanece fiel, porque no puede negarse a Sí mismo”.
Otra, al parecer contradicción,
lo que pedimos en la oración: “Míranos con misericordia”, ¿puede mirarnos de otra manera?
Si alguna vez hubiera llegado a nuestras mentes la duda de que Dios
siempre nos mira con misericordia, con comprensión, con esperanza,
con cariño, espero se haya despejado al escuchar las lecturas de la
liturgia de este domingo.
En Éxodo, con un lenguaje
totalmente antropomórfico, nos presenta el hagiógrafo “la ira de Dios”, sentimiento inadmisible en nuestro Padre,
manantial de bondad. Haciendo la translación, para entender un poco
hasta dónde llega su amor, ese amor que ha captado vivamente Moisés,
encontramos en éste volcada la interioridad del Dios invisible, pero
captable a través de sus acciones. “Invita a recordar a Yahvé”,
que “es su
pueblo, el que sacó de Egipto…, la Alianza, la Promesa, la descendencia”;
el Señor desea que calibremos las consecuencias de perdernos, como
se perdió, por momentos el Pueblo elegido, y se apartó, como nos apartamos,
al idolatrar a una creatura…, el final es siempre el mismo: “El Señor se apiadó y renunció al castigo con que había amenazado
a su pueblo.” Subrayo el antropomorfismo, pues Dios no
amenaza, Dios no castiga, “su misericordia dura por siempre”, somos nosotros los
que provocamos el vacío en la búsqueda de suplantaciones absurdas,
al olvidarlo.
Y continúan las demostraciones
de esa Misericordia inacabable. Pablo y espero que nosotros, junto con
él, “da gracias
a Quien lo ha fortalecido, a Jesucristo por haberlo considerado digno
de confianza…, fui blasfemo, perseguí a la Iglesia, pero Dios tuvo
misericordia de mí, pues obré por ignorancia… su Gracia se desbordó
sobre mí –se desborda incesantemente sobre nosotros-, por Jesucristo que
vino a salvar a los pecadores, yo el primero, para servir de ejemplo”. ¿Nos dice algo comprometedor
esta confesión? Entonces entonemos, alegres y agradecidos, el canto
que al reconocer, alaba: “Al rey eterno, inmortal, invisible, único Dios, honor y gloria
por los siglos de los siglos. Amén”.
El Señor constantemente
está “creando
en nosotros un corazón puro, un espíritu nuevo”,para que
como Él, salgamos a buscar lo que está perdido, quizá comenzando
con nuestro propio corazón; como el pastor, al que tienen sin cuidado
las matemáticas, “uno” es más que “99”, ya que nada es comparable
al gozo del hallazgo de lo amado. Toda la actividad el ama de casa,
por “una moneda”: “Alégrense conmigo, encontré la moneda que se me había perdido”.
Y la parábola, que nos sabemos de memoria: el hijo pródigo, al igual
que el mayor, ambos estaban perdidos; el Padre sale al encuentro de
los dos: el abrazo de cariño, de perdón, de comprensión, enlaza a
todos; el joven es estrechado tiernamente, el mayor es convencido pacientemente.
¿Puede quedar
alguna duda de que Dios nos ama, que Jesucristo se entregó por
todos, y especialmente por “los perdidos”?
No se dónde nos situemos
cada uno de nosotros. Sí afirmo con certeza total, que me siento redimido
por Cristo, amado por el Padre y comprometido con los hermanos.
¡Que el Señor nos
enseñe a ser misericordiosos como Él es misericordioso!