Salmo Responsorial, del salmo 32: Que tu misericordia, Señor, venga sobre
nosotros, como lo esperamos de ti
Segunda Lectura: de la primera
carta del apóstol Pedro 2: 4-9
Evangelio: Juan 14: 1-12.
Cristo, Nuestro
Camino, Verdad y Vida
Los que creen en Cristo pueden hacer lo que Cristo
hizo, e ir a donde él les conduzca, ya que Cristo es para nosotros el Camino,
la verdad y la vida.
¡Qué insistencia de parte del Espíritu a
través de la Liturgia, para que abramos lo más grande posible, nuestros ojos y
nuestro corazón, para que nos solacemos en las maravillas de la Creación, para
que no cese nuestra boca de reconocer las maravillas del Señor! La velocidad en
la que vivimos, por la que nos hemos dejado arrastrar, nos impide los momentos
de interiorización, de silencio, de asombro, de gratitud. ¿Nos hemos
acostumbrado a ver sin “mirar”, a vivir lo inmediato como si nos fuera debido y
no como regalo de nuestro Padre, a vagar sin rumbo?
En la oración persistimos, de otra forma,
en lo pedido el domingo anterior: “que
llegue tu pequeño rebaño, a donde ya está su Pastor resucitado”. Hoy: que su mirada de amor, sentido y
consentido, nos mantenga y acreciente en la fe, para que “quienes creemos en Cristo, obtengamos la verdadera libertad y la
herencia eterna.” Reinsistencia en lo que perdura, en lo que llena de paz,
en lo que conduce a lo que debe ser, diario, nuestro único horizonte, como le
decíamos en el Salmo hace ocho días: “El
Señor cuida de aquellos que lo temen.”
La primera lectura nos hace ver que en toda
comunidad, al fin y al cabo formada por seres humanos, aparecen ciertas
disensiones, envidias, malentendidos; la solución debe ser la misma: “Piensen,
oren, disciernan, bajo la Luz del Espíritu Santo”. ¡Con qué increíble
familiaridad, con qué convicción oran, creen y actúan buscando siempre lo mejor
para que el Reino, la Iglesia, crezcan! Ejemplo a imitar urgentemente: la
importancia de la colaboración de todos, como “piedras vivas”, para la construcción del templo espiritual.
Asistimos al nacimiento del diaconado, del servicio material y espiritual: los
diáconos, que significa servidores, son elegido de en medio de la comunidad,
pero fijémonos en sus características: “honrados,
llenos del Espíritu Santo y de sabiduría”, y volvemos al punto crucial: El
Espíritu Santo es quien prosigue la obra de Cristo. ¿Qué tan dispuestos estamos
para esta elección-misión? La Iglesia somos todos, o existe una colaboración
activa, o seremos “piedras muertas”. Hay muchas cosas que no pueden realizar
los Pastores, sean obispos, párrocos, sacerdotes o religiosas, es
imprescindible que cada fiel se sienta comprometido con el Cuerpo de Cristo,
con los demás, con el trabajo parroquial, con la promoción de la
evangelización, con una sólida preparación. ¿Captamos lo importante que es
nuestra respuesta?
Vamos juntos hacia el Padre, el único
Camino es Jesucristo quien, gracias a las inquietudes y dudas de Felipe y
Tomás, nos descubre su identidad con el Padre y nos anima a seguirlo para
llegar a “la casa del Padre donde hay
muchas habitaciones que ya nos tiene preparadas, para que donde Él está, estemos
también nosotros.” Confirmamos la meta de nuestro caminar: la trascendencia
y la felicidad sin límites, sin sobresaltos, sin temores. Como comentaba el
domingo pasado: Quien tiene a Dios y es tenido por Él, lo tiene todo.
Oremos al Espíritu Santo para que reafirme
nuestra fe en el Padre, en Cristo y en Él mismo, no tanto para hacer “cosas mayores”, sino para mantenernos
en la fidelidad y en el amor prácticos, constantes y crecientes.