Primera Lectura: lectura
del libro de los Hechos de los Apóstoles 8, 5-8. 14-17
Salmo Responsorial, del salmo 65: Las obras del Señor son
admirables, Aleluya.
Segunda Lectura: lectura de la Primera
Carta del apóstol san Pedro 3, 15-18
Aclamación: El que me ama, cumplirá mi palabra, dice el Señor; y
mi Padre lo amará y vendremos a él.
Evangelio: Juan 14, 15-21
¡Promesas
que de verdad se cumplen, porque, ya lo sabemos, provienen del Señor! La
invitación a anunciar la Buena Nueva hasta los últimos rincones de la tierra,
sigue en presente.
Continuamos,
captemos el tiempo verbal ”continuar
celebrando”, significa que iniciamos y permanecemos en la misma actitud:
Gozo, Alegría, Aceptación, Fe en Cristo Resucitado, “primicia de los que duermen”. Ya hemos reflexionado muchas veces
que si la primicia es buena, la cosecha está asegurada, nosotros somos esa
cosecha: “Cristo en su Cuerpo Místico,
estará completo cuando el último hombre resucite.”
San
Lucas narra que ha comenzado la “diáspora”, la dispersión, a causa de la
persecución, ¡qué medios tan especiales utiliza el Señor, para que se
desarrolle su mandato: “vayan por todo el
mundo y anuncien el Evangelio”. Los
seres humanos creemos que con la muerte, en este caso la de Esteban, todo
termina; para el Señor, es el principio de la Vida. Felipe, uno de los
diáconos, llega a Samaria, predica, convence, convierte, con y por la acción
que le inspira el Espíritu. Posteriormente llegan Pedro y Juan, imponen las
manos y los samaritanos “reciben el
Espíritu Santo”. Una vez más: Dios
entre nosotros, por Cristo en el Espíritu hace crecer a la Iglesia.
Desde
lo profundo de nuestros corazones pidámosle que veamos que con su venida “renueve continuamente la faz de la tierra.”
Que llevemos a cabo lo orado en el
Salmo y nos dejemos impregnar de esa presencia amorosa, inacabable de Dios: “Las obras del Señor son admirables”, y
no pueden ser de otra manera.
Insiste
San Pedro en que la convicción salga a flote: “Den razón de su esperanza a los que se la pidan”, y me permitiría
añadir: aunque no nos la pidan, que al vernos superar las tribulaciones, las
disensiones, los embates de quienes se resistan a creer, por nuestras obras
hagamos comprender que hemos aprendido la enseñanza de Cristo, El Justo, y
junto con cuantos nos rodean lleguemos a la resurrección. Todo esto avalado con
las obras, como nos pide el mismo Jesús en el Evangelio: “Si me aman, cumplirán mis mandamientos y Yo rogaré al Padre y les
enviará otro Consolador, el Espíritu de la Verdad”. Ya Él mismo ha
realizado su misión de consolar, de animar, de impulsar, se va al Padre, pero
nos enviará “Otro” con las mismas funciones y este Espíritu, que es Dios, nos
enseñará a entender lo que es la Fe: la Unidad entre el Padre y Cristo en el
mismo Espíritu; esa es la manera de participar en y de la vida Trinitaria: “Estar en el Padre y estar en Cristo y ambos
en nosotros”. Manifestación que, valga la redundancia, debe manifestarse, “para que el mundo crea”.
El
final es grandemente esperanzador: “Al
que me ama a Mí, mi Padre lo amará, y Yo también lo amaré…” Futuro que ya es pasado y continúa en
presente: “Lo amo” ¡Dejémonos penetrar por esta realidad!: ¡Dios me ama!, y estoy seguro que cambiará nuestra vida.