Primera
Lectura: del libro del profeta Ezequiel 18: 25-28
Salmo Responsorial, del salmo
24: Descúbrenos, Señor, tus caminos.
Segunda
Lectura: de la carta del apóstol Pabo a los filipenses 2: 1-11.
Aclamación: Yo soy el Pan vivo que ha bajado del
cielo, dice el Señor; el que coma de este Pan vivirá para siempre.
Evangelio: Mateo 21:
28-32.
“Haz honor a tu nombre, trátanos conforme a tu misericordia”; si nos miramos solamente a nosotros, desde
nuestra realidad de creaturas, fácilmente caeremos en el desánimo: ¡cuántas promesas
hacemos y qué escasos cumplimientos!, ¿valdrá la pena seguir insistiendo?; por
supuesto que sí; porque confiamos una y otra vez en la Bondad del Señor, en su
paciencia, en su misericordia, en la multiplicación de su gracia para que
aquilatemos la calidad de sus promesas y desde Él y con Él nos encaminemos a
los bienes eternos.
El Salmo nos alerta, ¿es cierto
que la conciencia no me acusa?, ¿qué tan laxa la tengo? ¿Puede ser un ser tratar
de engañarme a sí mismo? No en balde rogamos al Señor: “Descúbrenos, Señor, tus caminos”. Apartarme de Ti es apartarme de
mí; lejos de Ti y de mí, perderé el sendero de la Verdad, y ¿a dónde terminarán
mis pasos?; que me repita con insistencia hasta que se convierta en conciencia
presente que alumbre, que sosiegue, que sostenga el ánimo ascendente: “Acuérdeme que son eternos tu amor y tu
ternura”.
Desde este contexto comprenderé
mejor la advertencia de Pablo: “nada por
rivalidad ni presunción, tengan los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús”;
¿tener sus sentimientos sin conocerlo íntimamente?, ¿sin tratarlo
personalmente?, ¿sin caminar al ritmo de sus pasos?, sin mucho pensarlo, sé que
es imposible; ¡qué abismo de amor y de humildad, qué anonadamiento –ese hacerse
nada-, sin propalar a los vientos su realidad divina, “haciéndose uno de tantos, tomando la condición de siervo, misterio
insondable, siendo Dios, “se hace
semejante a los hombres”, pobre, débil y pequeño como yo para que imitándole
crezca de verdad! No se trata de buscar la exaltación sino la identificación en
lo más preciso: Vivencia exacta de la meta, de la trascendencia que tanto
necesitamos, no tanto por el premio de la gloria, sino por el gozo de estar en
consonancia con Dios. Ya Él se encargará de “escribir
nuestros nombres en el libro de la Vida”, y de que nuestro caminar llegue a
su Principio.
La Viña necesita trabajadores; el
domingo pasado el Dueño salió a diversas horas y el pago fue desde la Justicia
Divina, que rompió nuestra visión y, ¡ojalá!, nos haya hecho pensar lo que son “los caminos de Dios”. Hoy persiste el llamamiento y, precisamente,
a los hijos: “Ve a trabajar a mi viña”. Las
respuestas se repiten: “Sí, pero no fue”;
respeto, corrección, que se quedan en un concepto vacío. “¡No quiero ir!, pero se arrepintió y fue”; retobo, mal humor, inmediatismo, comodidad;
sin embargo: reflexión, discernimiento y acción.
Resuena Ezequiel y nos remueve la
conciencia. Resuena la Carta a los Filipenses y resuena allá dentro (2ª. Cor. 1:19):
“Jesucristo no fue un ambiguo sí y no; en
Él ha habido únicamente un sí.” Estos son “los
sentimientos que hemos de compartir con Cristo Jesús”.
Sé y sabemos que la decisión no es
fácil: “¡Qué angosta es la puerta y
estrecho es el camino que llevan a la vida, y pocos dan con ellos!” (Mt.
7:14); “No basta con decirme, Señor,
Señor, para entrar en el Reino de Dios, hay que poner por obra los designios de
mi Padre del cielo.” (Mt. 7:
21) Y para consolidar el contenido del
compromiso con frase de San Pablo en 1ª Cor. 4: 20: “Porque Dios no reina cuando se habla, sino cuando se actúa.” ¡Cuánto encierra el verdadero “sí, Señor”!,
digámoselo y realicémoslo ahora que aún tenemos tiempo! “Con Él a mi lado, no vacilaré”. (Salmo 16 (15): 8)