Primera Lectura: del libro del profeta Ezequiel 33: 7-9
Salmo Responsorial, del salmo 94: Señor, que no seamos sordos a tu
voz.
Segunda
Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los
romanos 13:
8-10
Aclamación: Dios ha reconciliado consigo al mundo, por
medio de Cristo, y nos ha encomendado a nosotros el mensaje de la
reconciliación.
Evangelio: Mateo 18: 15-20.
Intentar vivir en justicia, verdad y rectitud, pese al
ambiente de excesivo subjetivismo, debería ser una actitud racional, normal; de
hecho correspondería al proceder de una naturaleza humana bien hecha por Dios
Creador y Padre: “Y vio Dios todo lo que había
hecho, y era muy bueno”, (Gén 1: 31) Si estamos tan bien hechos, ¿por qué nos
encontramos, a veces tan mal aprovechados?;
en el viaje a nuestro interior, con el deseo de ser coherentes a esa
maravillosa creación de Dios, descubrimos la necesidad de reconocernos
anhelantes de perdón y de fuerzas, de amor y de confianza, de apoyo y de sostén
para que, en nuestra libertad, obremos “en justicia, verdad y rectitud”.
Pidamos al Espíritu Santo nos guíe para que
comprendamos y ubiquemos lo que su Palabra nos ha comunicado, y que Jesús, Palabra
Encarnada, nos pide en el Evangelio, que seamos eco de lo pronunciado en el Salmo:
“que no seamos sordos a tu voz”.
El punto de partida lo marca el primer renglón del
párrafo que oímos de la carta a los Romanos: “Hermanos: No tengan con nadie otra deuda que la del amor mutuo, porque
el que ama al prójimo, ha cumplido ya toda la ley…” Volviendo con esta
perspectiva a lo que el Señor Dios dice a Ezequiel, queda de manifiesto que no
se trata de enjuiciar ni condenar a nadie, sino de mirar con verdadero amor,
con un deseo enorme de que la salvación se realice en todo ser humano, y todo
ello porque hemos “escuchado” previamente
al Señor, porque, “el ser constituido
centinela para la casa de Israel”, ya es misión que acompaña a todos los
hombres y mujeres que nos queremos interesar vivamente por el bien de los
demás; lejos de cualquier crítica vana, deseosos de mostrar, con el corazón en
la mano, el camino que lleva a la vida porque lo vamos experimentando. ¡Qué
gran responsabilidad velar celosamente por el bien profundo de los otros! ¡Qué
responsabilidad ser espejos que ejemplifiquen el verdadero uso de la libertad!
No es el Señor quien amenaza, no es Él quien condena, recordemos lo que dice
Jesús: “Yo no he venido a llamar a los
justos sino a los pecadores” (Mt. 9:13), y lo que dice San Ireneo: “La
gloria de Dios es que el hombre viva”, la verdadera amenaza son nuestras
decisiones desquiciadas.
Llamar con nuestra vida a la Vida; hacer Comunidad que
atraiga, que ore, que ruegue, que afiance, que se preocupe por todos; aquí está
el verdadero poder de “atar y desatar”, no solamente concedido a Pedro sino a
la Comunidad, para atar con los lazo del amor y la comprensión, para desatar
del mal.
Sentimos que hay situaciones que nos desbordan, que nos
hacen mascar la impotencia, si en verdad le creyéramos a Cristo, no cejaríamos
en la oración: “si se ponen de acuerdo en
pedir algo, sea lo que fuere, mi Padre celestial se lo concederá; donde dos o
tres se reúnen en mi nombre, ahí estoy yo en medio de ellos”.
¡Señor, llena con tu Luz a todos los hombres, Tú sabes que
nos hacemos sordos y ciegos; te necesitamos con urgencia, confiamos en tu
Corazón.