viernes, 17 de octubre de 2014

Domund, 19 octubre 2014.



Primera Lectura: del libro del profeta Isaías 56: 1: 6-7
Salmo Responsorial, del salmo 66
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a Timoteo 2: 1-8
Evangelio: Mateo 28: 16-20.


Vocación cristiana, vocación universal. Agradecidos por haber recibido la salvación, cantamos e invitamos a todos los hombres a cantar la gloria y las maravillas del Señor.

Incorporados a Cristo, Cabeza de la Iglesia, sintámonos Iglesia viva, comprometida para que la salvación llegue a todos los habitantes del orbe, hasta sus últimos confines. Misión y tarea que Cristo encomendó no sólo a sus Apóstoles sino a cuantos hemos tenido el gozo de conocerlo, la oportunidad de amarlo y el deseo de predicarlo.

Recordando el deseo de Moisés nos damos cuenta de la acción inacabable del Espíritu: “¡Ojalá todo el pueblo de Dios fuera profeta y descendiera sobre todos ellos el Espíritu del Señor!”, y precisamente ese es el incesante deseo que recorre toda la Escritura en la Historia de la Salvación y que cuaja en el envío de Jesucristo a sus discípulos y a cuantos creemos en Él. 

La predicación no está limitada a la palabra pronunciada, se abre en un inmenso abanico que engloba toda acción que tiene en cuenta, al hermano, de modo especial al segregado, al pobre, al desvalido y al triste, a la viuda y al extranjero: “Velen por los derechos de los demás, practiquen la justicia, porque mi salvación está a punto de manifestarse”. Si esto lo profetizaba Isaías, ¿qué no deduciremos al ver la obra de la Redención ya concluida? “Mi templo será casa de oración para todos los pueblos”, que Jesús completó en su diálogo con la samaritana: “Los verdaderos adoradores, adorarán en espíritu y en verdad”. 

Si el espíritu misionero desplegado por la primitiva Comunidad cristiana, fue necesario, no lo es menos ahora que el mundo entero piensa que marcha seguro hacia adelante sin mirar ni hacia arriba, ni a los lados; sin intentar oír a Dios ni a los hermanos, enfrascado en una lucha ansiosa de poder y de riqueza. ¿Cómo podrá percibir la bondad de Dios y poner en Él su confianza? No es pesimismo ni falta de esperanza, la cruel realidad que constatamos es que Dios, Padre Bueno, la dignidad del hombre, la justicia y la equidad,  yacen en la basura. 

Ya nos dice San Pablo cómo  reiniciar la construcción del mundo: “Hagan súplicas y plegarias por todos los hombres, y en particular por los jefes de Estado y las demás autoridades”.  La oración ya es misión, “para que los hombres, libres de odios y divisiones, lleguen al conocimiento de la verdad y se salven”. 

Todos necesitamos aprender de Jesucristo, a Él se le ha concedido todo poder en el cielo y en la tierra; un poder que construye, que eleva, que libera. Del mismo poder nos participa para que vayamos “a enseñar, a bautizar” con el signo Trinitario, a preceder con el ejemplo y a entender y cumplir sus mandamientos; así impregnados de su misma misión, confirmamos el camino de fraternidad que lleva al Padre. 

Unámonos a tantos hombres y mujeres que, movidos hondamente por el Espíritu, lo abandonaron todo para llevar destellos de paz y de ternura, para ser chispas de Dios que tratan de incendiar el mundo.

Que la oración y el don, nazcan de dentro como una proyección concreta de quienes aún creemos en el amor y la concordia.