sábado, 10 de enero de 2015

El Bautismo del Señor, 11 enero, 2015.


Primera Lectura: del libro del profeta Isaías 42: 1-4, 6-7
Salmo Responsorial, del salmo 28: Te alabamos, Señor.
Segunda Lectura: del libro de los Hechos de los Apóstoles 10: 34-38
Aclamación: Se abrió el cielo y resonó la voz del Padre, que decía: "Este es mi Hijo amado; escúchenlo".
Evangelio: Mateo 3: 13-17.

La festividad del Bautismo de Jesús cierra el tiempo de Navidad; los cielos se juntan con la tierra, la Palabra, del Padre, habita entre nosotros, los ángeles cantaron su gloria, el Amor universal de Dios para con todos, se manifestó en la Epifanía. Hoy, crece la admiración: el Padre unge con el Espíritu a Jesús para confirmar la realidad del Hijo, del Amado, “de Aquel en quien tiene sus complacencias”, Él será, toda su vida, testimonio de justicia, de liberación y de paz.

Dios siempre nos sorprende, toda novedad viene de Él; gracia y misericordia que sacan a la humanidad del profundo pozo de la desesperanza, de la angustia, de la impotencia del que no puede salir por sí misma; Él tiende “su mano”, en Jesús “Su elegido, su Providencia respetuosa, camino de alianza y de luz para todas las naciones, Él rompe las cadenas y abre las mazmorras”.

¿Cuál es, tiene que ser, la reacción que brote de cada uno de nosotros? No otra sino la del Salmo: “Te alabamos, Señor”. Actitud que abarca admiración y agradecimiento: “¿Qué es el hombre para que te ocupes de él?”, la respuesta es la misma que escuchó Jesús al salir del agua: “El hijo amado en quien tengo mis complacencias”.

Esto sucedió en nuestro bautismo, no lo percibimos entonces, ahora tratemos de experimentarlo: con la unción Trinitaria, recibimos el mismo Espíritu que descendió sobre Jesús, recibimos el mismo fuego que Jesús ha venido a traer a la tierra y espera que sea incendiada, “fuego que enciende otros fuegos”, es el Espíritu del Padre, Espíritu de amor, y, solamente con su fuerza seremos capaces de vivir lo que pedimos en la oración: “ser fieles en el cumplimiento de su voluntad”. ¡El amor no tolera esperas!

Los frutos tienen que ser palpables, “es Dios quien nos sostiene”, ya somos sus elegidos, espera de nosotros que actuemos como Jesús: “no gritará, no clamará, no hará oír su voz por las calles, no romperá la caña resquebrajada…, embajador de justicia y de paz”.

Ser rostros resplandecientes de Dios en el mundo, tan necesitado de luz, de comprensión, de amistad, de fe. Él no solamente lo ha hecho realidad, sino que es La Realidad misma de lo que nos enseña.  La misión es para todos: “Ahora caigo en la cuenta de que Dios no hace acepción de personas, a todos nos ha envuelto con su Palabra.”  ¡Cristianos, cristos vivos, para, como Él, “pasar haciendo el bien!”.

Nos urge, y cada quien sabe su propia historia, purificar y enderezar nuestras intenciones, para sanar con nuestra oración, nuestras acciones, nuestra compañía a cuantos se sienten solos, abandonados, discriminados, rotos en su interior.

El Bautismo nos ha marcado para siempre como hijos de Dios, como hermanos de todos los hombres; que esa fuerza nos acompañe, durante al Año que inicia, hasta que nos llame a su presencia.