Primera Lectura: del libro del profeta Isaías 35: 1-6,
10
Salmo Responsorial, del salmo 145: Ven, Señor, a salvarnos.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Santiago 5, 7-10
Aclamación: El Espíritu del Señor está sobre mí; me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Santiago 5, 7-10
Aclamación: El Espíritu del Señor está sobre mí; me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres.
Evangelio: Mateo 11: 1-11.
¡Alegría, Alegría!, repetida,
multiplicada, inacabable porque viene del Señor. Esperar al que viene a
liberarnos del pecado, del desierto, del cansancio, esperanza que anima y que reanima.
Ya meditábamos el domingo pasado que
la esperanza es el lapso que va de la ilusión a la consecución; la vivimos
repetidamente: las fiestas de familia, las bodas, los bautizos, los 15 años…,
todos los aniversarios que van adornando nuestro caminar, rompen lo cansino del
desierto, hacen florecer los sueños, adivinan oasis llenos de agua, de sombra,
de palmeras donde recuperar las fuerzas y alimentar los ojos para mirar más
claro el horizonte y divisar, de lejos, la llegada. “Volver
a casa, rescatados, vestidos de júbilo, con el gozo y la dicha por escolta;
dejadas atrás penas y aflicciones”.
Imagen colorida, apropiada a nuestro
ser sensible, que se queda en pálido reflejo de lo que el Señor, en persona,
viene a darnos, ¡cuántas veces lo hemos oído y repetido!: ¡la salvación total!
Nos preparamos a celebrar el inicio
histórico de esta salvación, ¡cómo no vamos rezumar alegría! Jesús nace y
crecerá, preparando el cumplimiento total de lo profetizado por Isaías: “Se iluminarán los ojos de los ciegos y los
oídos de los sordos se abrirán. Saltará como un venado el cojo y la lengua del
mudo cantará”. Todo lo que aqueja a nuestra humanidad pecadora, está en
vías de sanación; comienza con lo que palpamos, con aquello que percibimos de
inmediato, pero penetra más adentro, en palabras del mismo Jesús, más allá de
lo externo, “a los pobres se les anuncia
el Evangelio. Dichoso aquel que no se sienta defraudado por mí”.
Guiados por Santiago, “seamos pacientes hasta la venida del Señor,
sean como el labrados que aguarda las lluvias tempranas y las tardías,
mantengan el ánimo, porque la venida del Señor está cerca”. Es conveniente
repetirlo, pues el conocer se trueca en entender cuando es querido: Jesús ya
vino, sigue viniendo en cada inspiración, en cada llamada a la conciencia, en
cada clamor, en toda relación humana…, y volverá: “Miren que el juez está a la puerta”, pero no teman aunque sea “vengador y justiciero, viene ya para
salvarnos”. Para lanzar lejos el temor, “no
murmuren los unos de los otros”, reaparece la necesidad de acogernos, de
querernos, de ser “hombres y mujeres para los demás”, del tratar a cada uno
como hijo de Dios.
Juan, “el más grande nacido entre los hijos de mujer”, encerrado en la
cárcel, en su duda, envía mensajeros,
pues la imagen de Jesús no concuerda con la que él esperaba: Mesías glorioso,
victorioso, liberador del yugo romano, el anunciado por las Escrituras. Juan y
nosotros tenemos que corregirla, y lo haremos si nos acercamos a Jesús y
contemplamos sus acciones, su mensaje, su acercamiento a los desvalidos, la
Buena Nueva de la conversión que trastoca todas las expectativas terrenas; ya
lo vimos en la comparación de la realeza de David con la de Cristo. En la
obscuridad de la celda, se hizo la luz para el Bautista: ¡Es Él, seguro que es
Él, el Mesías, no hay que esperar a otro! Su convicción lo llevó hasta entregar
la vida.
Señor, que te anunciemos en la
verdad, en la humildad y en la austeridad, sólo así los hombres comprenderemos
a lo que estamos llamados: “el más
pequeño en el reino de los cielos es más grande que Juan el Bautista”.
Todos, a participar de tu misma Vida.