Primera Lectura: del libro de los Hechos de los
Apóstoles 5: 27-32, 40.41
Salmo Responsorial, del salmo 29: Te alabaré, Señor, eternamente.
Aleluya
Segunda Lectura: del libro del Apocalipsis 5: 11-14
Aclamación: Ha resucitado Cristo, que creó todas las
cosas y se compadeció de todos los hombres.
Evangelio: Juan 21: 1-19.
“Aclama a Dios, tierra
entera”. Llamado a
todos los hombres para que reconozcamos en Jesús, al Señor; Jesús el
Crucificado y ahora Resucitado, el que fue fiel en el sufrimiento, la tragedia
y el fracaso, ahora ha sido glorificado y es el Mediador, la puerta de acceso
al Padre, el Cordero degollado por cuya sangre hemos sido redimidos, el que
merece todo: “poder, riqueza, sabiduría,
fuerza, honor, gloria y alabanza”, siete que significa plenitud. La lucha
fue ardua, la victoria es completa. ¿Percibimos la realidad Humano Divina de
Jesucristo? “El Padre ha rehabilitado al Ajusticiado”, nos deja en claro lo que
manifestó en el Bautismo y la Transfiguración: “Éste es mi Hijo muy amado, ¡escúchenlo!” ¿Nos dejamos convencer
por el Espíritu que de verdad vale la pena escucharlo? Él reconquistó para
nosotros “la dignidad de ser hijos de Dios”.
Sin
duda hemos pasado, como los Apóstoles, momentos negros, de inseguridad, de
desesperanza, de miedo y ofuscación. Veámoslos actuar con una valentía que
saben que no proviene de ellos sino del Espíritu que fortalece la fe y llena de
audacia, que pone en sus labios las palabras exactas. Les han prohibido hablar
en nombre de Jesús, pero ellos arguyen con razones perfectamente entendibles
para el sumo sacerdote y el sanedrín y válidas para todos los tiempos: “Primero hay que obedecer a Dios y luego a
los hombres”. El breve discurso que
culmina en la confesión de que Jesús el Señor, da testimonio, de que “cuantos lo obedezcan, recibirán
también al Espíritu Santo”, La
reacción, incomprensible, del sanedrín, ante la impotencia de refutar tal
testimonio, es acudir a la violencia que amedrente: “los mandaron azotar y volvieron a prohibirles que hablaran en nombre
de Jesús”. ¡Ser fiel a Jesús, es exponerse! Los Apóstoles van
comprendiendo, en carne propia lo que eso significa, “para que siguiéndome en la lucha, me sigan, después en la victoria”. Sin
fe, sin un interior lleno del Espíritu, será imposible entender que “se hayan retirado felices de haber padecido
esos ultrajes por el nombre de Jesús”. La reflexión inmediata, se impone:
¿estamos preparados para esto? ¿Creemos, confiamos porque sabemos que el Señor
está con nosotros y su Espíritu nos colma? Ser testigos, con palabras y con
obras, de Cristo Resucitado es nuestra misión en una sociedad tan fría y
descreída como la que confrontaron los Apóstoles.
El
Apocalipsis nos invita a reconsiderar la importancia del culto de adoración a
Jesús, en especial a Jesucristo en la Eucaristía; ¡Ahí está, presente, cercano!
La Iglesia es comunidad que predica, pero al mismo tiempo, ora y adora.
En
breve referencia al Evangelio, todavía aguardando, si es que recordaban las
palabras de Cristo: “Cuando me vaya les
enviaré al Espíritu Santo; Él les confirmará cuanto les he dicho”, regresan
a lo que saben hacer: pescar. Una noche frustrante que hace aparecer el mal
humor ante la pregunta de “un desconocido”: “¿Han
pescado algo?”, “¡No!” Hemos escuchado el relato: palabra, indicación,
obediencia y ¡lo inesperado! El signo lleva consigo el significado para quien
ha aprendido a ver: “¡Es el Señor!” Al
llegar a la playa con la red a reventar de peces, los espera la delicadeza de
Jesús: ha preparado pan y pescado: “Vengan
a almorzar”. Y la colaboración que espera de todos: “Traigan algunos pescados de los que acaban de pescar”. ¡Cariño y
cercanía que se desbordan! Sabían sin saber lo que sabían.
Luego,
con la sutileza y respeto propios de Jesús: “¿Simón,
hijo de Juan, me amas más que estos? ¡Tres preguntas, tres respuestas,
ahora mesuradas! Tres veces confirma
Jesús a Pedro en el amor y en la misión:
“Apacienta mis ovejas, apacienta mis corderos”.
¿Qué
le respondimos al Señor cuando nos preguntó: “Quién dices que Soy Yo”? ¿Qué le respondemos ahora? “¿Me amas más que estos?”
En
Jesús no caben rencores ni reproches, todo en Él es perdón, invitación a la
confianza, promesa segura de cercanía. “Los
que crean en Él, recibirán el Espíritu Santo”.