Primera
Lectura:
del primer libro de los Reyes 19: 16, 19-21
Salmo
Responsorial,
del salmo 15: Enséñanos, Señor, el camino de la vida.
Segunda
Lectura:
de la carta del apóstol Pablo a los gálatas 5: 1, 13-18
Aclamación: Habla, Señor,
que tu siervo te escucha. Tú tienes palabras de vida eterna.
Evangelio: Lucas 9: 51.62.
Hijos de la luz, llamados a irradiarla para
disipar las tinieblas del egoísmo, del error, de la distancia que obscurecen la
amistad. La activa presencia de la
Gracia hace que proyectemos esa nitidez, venzamos los temores y nos convirtamos
en faros que guíen a todos hacia la Verdad. Una vez más pedimos que la Gracia
actúe y que la dejemos transformarnos.
Elías, profeta de la Luz, arropa a Eliseo “con el manto”, le cede su lugar y su
misión.
Si bien es cierto que en el Evangelio el
Señor Jesús “no permite que nadie vuelva
la cabeza atrás”, es otra la época y la circunstancia.
Eliseo ha comprendido, da el paso inicial: desprenderse de todo: la
quema de los aperos de labranza y el sacrificio de los bueyes lo atestiguan, es
la señal concreta de que acepta cuanto viene con la vocación: ruptura, cambio,
decisión; el riesgo: “bien sabe lo que el
Señor ha hecho con él”. Lo sabía sin
saberlo y, sin embargo, se lanza al
entender con quién emprende su camino y que éste queda determinado por el
servicio.
¿Cuál es el anhelo de todo caminante?: llegar hasta el final. Pedimos el alimento que nos sostenga: “Sáciame de gozo en tu presencia y de alegría perpetua junto a Ti”.
Jesús es el caminante decidido, no hay
engaño en sus pasos, sabe de adversidades, de cansancio y de muerte…, las
supera: “tomó la firme determinación de
subir a Jerusalén”, allá habrá de llevar a plenitud la actitud que sostuvo
su vida: “¡Vivir a gusto de Dios!”.
Samaria se niega a recibirlos, Jesús modera
el impulso de los jóvenes apóstoles ansiosos de actuar y de exhibirse: “No saben de qué espíritu son; el Hijo del
hombre no ha venido a destruir sino a construir”. Y continúan adelante.
Alguien se ofrece a seguirlo, Jesús aclara:
lo único que te ofrezco es estar conmigo, las carencias son mi cobijo… y el
ofrecimiento se desvanece ante el futuro incierto.
El siguiente se parece a nosotros, los
cristianos del “pero”, de las adversativas, del tiempo no entregado, de las
explicaciones que retardan el encuentro..., postergamos el seguimiento hasta enterrar a los padres, no es que
ya hayan muerto... Jesús conoce y vive los sentimientos de los hombres, pero el
Reino apremia, no admite dilaciones.
Jesús pone de relieve el primer
mandamiento: Amar a Dios sobre todas las
cosas”, la vocación, el seguimiento, no aceptan componendas, por eso Cristo
es el revolucionario más radical, va a lo profundo, a lo definitivo, a que
rompamos amarras y nos dejemos conducir por el único viento que lleva a puerto:
El Espíritu Santo.
Pablo invita a que reflexionemos sobre la
auténtica libertad, la que se compromete con el Señor, la que impulsa a ser
servidores por amor y que arroja lejos el lastre egoísta.
Que el aleluya corone nuestro deseo
convencido: “Habla., Señor, que tu siervo
te escucha. Tú tienes palabras de vida eterna”.