Primera Lectura: del libro del Éxodo
37: 2-11, 13-14
Salmo Responsorial, del salmo 50: Me levantaré y volveré a mi padre
Segunda Lectura: de la primera
carta del apóstol Pablo a Timoteo 1: 12-17;
Aclamación: Dios ha reconciliado consigo al
mundo, por medio de Cristo, y nos ha encomendado a nosotros el mensaje de la
reconciliación.
Evangelio: Lucas 15: 1-32.
“Concede la paz a los que esperamos en ti”. Todos necesitamos de esa paz interior, de la bendición que reanima, de la
luz que haga brillar de nuevo el horizonte inacabable. ¿Nos encontramos entre
aquellos que aguardan? ¿Crece la seguridad de que el Señor es fiel y que “nunca olvida sus promesas”? ¿Necesitaríamos
recordárnoslo?, su “mirada” de Padre jamás se aparta de nosotros, nadie se le
pierde y si alguno porfía en apartarse, Él va a su encuentro, renueva la
invitación, propone todos los medios, acoge cariñoso, ofrece el perdón sin
condiciones, sin recriminaciones, sin pedir explicaciones, simplemente
abrazando como sólo Él sabe hacerlo: con el amor que hace volver a nacer.
Con ojos fe, comprendamos
el fragmento del Éxodo. Dios no puede amenazar, nos describe con palabras a
nuestro alcance, “perversión, cabeza
dura, ceguera interna que no quiere ver la realidad…”, nunca “se encenderá la ira que borraría a su
pueblo”…, ese no es el Padre que nos revela Jesucristo, no pueden caber en
Él sentimientos de muerte y destrucción, su perdón aflora ante la intercesión
de uno solo, Moisés; ¡cuánto más florecerá ante la intercesión del Hijo: “Padre, perdónalos porque no saben lo que
hacen” (Lc. 23: 34). San Pablo lo sintió en carne propia: “Dios tuvo misericordia de mí..., la gracia
de nuestro Señor Jesucristo se desbordó sobre mí al darme la fe y el amor que
provienen de Cristo Jesús”.
Podríamos
recitar de memoria las parábolas que narra San Lucas; las tres reafirman cuanto
hemos reflexionado: el Padre “goza” porque Jesús “vino a buscar lo que estaba perdido” y lo ha encontrado, “vino a dar vida y a darla en abundancia”.
Contemplemos una tras otra, o las tres o una de ellas, la que el Espíritu nos
dé a saborear más: El Buen Pastor nos carga sobre sus hombros, nos mima, nos
regresa a la Comunidad
para que la alegría se acreciente; o bien la fiesta por la pequeña moneda
encontrada, el fruto es el mismo. Y la última: todo nuevo, anillo, túnica,
sandalias, corazón y abrazo porque “el
que estaba muerto ha vuelto a la vida”.
Un: ¡Gracias!, engrandecido
por esta luz pacificadora que invita a volver y a quedarnos en la casa del
Padre. Nuestra oración-petición: que el compromiso permanezca, dé frutos y dé a
conocer, a cuantos encontremos, que Dios es el Padre bueno de todos los
hombres.