Primera Lectura: del libro del profeta Amós 6: 1, 4-7
Salmo Responsorial, del salmo 145: Alabemos al Señor, que viene a salvarnos.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a Timoteo 6: 11-16
Aclamación: Jesucristo,
siendo rico, se hizo pobre, para enriquecernos con su pobreza.
Evangelio: Lucas 16: 19-31.
La antífona de entrada nos ubica
en nuestra realidad de creaturas, pero juntamente nos trae a la memoria lo que
hemos meditado los domingos anteriores y florece, con nuevo vigor, la confianza
en la misericordia del Señor. El amor y el perdón que vienen de nuestro Padre, cubren
la multitud de nuestros pecados; afianzados en Él, no desfalleceremos.
Las lecturas de este domingo nos
hacen recordar a San Ignacio de Loyola que pone en varias meditaciones las
“repeticiones”, en ellas hay que insistir o bien en aquello que nos iluminó
especialmente, o bien en lo que nos dio miedo tratar de penetrar con mayor
profundidad. Son continuidad del tema tratado por Amós y por Jesús: el peligro
de quedarnos apesgados a los bienes de este mundo, de perder la visión real del
“más allá” y con ella, la atención concreta, fraternal, servicial, humana a los
demás, a los olvidados, a los sin voz, sin techo, sin esperanza, sin cariño.
El “¡Ay de ustedes que se reclinan sobre divanes adornados con marfil, se
recuestan sobre almohadones para comer los corderos del rebaño, canturrean al
son del arpa, creyendo cantar como David. Se atiborran de vino… y no se
preocupan por las desgracias de sus hermanos!”. Nos lleva al: “¡Ay de ustedes los ricos, porque ya tienen
ahora su consuelo!”, de Jesús en Lc. 6: 24. Pidamos al Señor que nos
dejemos alumbrar por su Palabra; nada de lo que Dios nos ha dado o el ingenio
del hombre ha descubierto, es malo, el peligro radica en quedarnos atorados y
no tener vivo y presente que “todo lo demás lo dio Dios al hombre para que lo
use, tanto cuanto, le ayude a conseguir el fin para que fue creado, y se
abstenga de aquello que le impida conseguir ese fin”.
Lo bueno, lo cómodo, lo agradable,
nos complace, ¿quién lo duda?, lo que puede ser verdaderamente trágico es
perder el camino, y ese camino son los otros, cada otro, cada ser humano que
cruza nuestra vida sin que compartamos con él una sonrisa. Si ni eso somos
capaces de dar, ¿daremos algo?
En la parábola que narra Jesús,
hemos de estar atentos a su lenguaje: no trata de mostrarnos cómo será “el más
allá”, sino que, utilizando el lenguaje ordinario que había en su época: “el
seno de Abrahám” y “el sheol” o lugar de castigo, subraya las consecuencias de
las acciones que realizamos los hombres y las consecuencias según hayamos
tenido en cuenta o no a los demás. De alguna forma tiene presente el salmo: “Él es quien hace justicia al oprimido…,
trastorna los planes del inicuo”. La realidad moral de nuestro “yo” se
proyecta en cada decisión; en cada momento tomamos nuestro ser entre las manos
y “nos jugamos” la realidad definitiva. ¡El Señor nos toma en serio para que
nos tomemos en serio!
La fuerza que mantendrá el paso
decisivo no es otra que la fe en la vida eterna a la que hemos sido llamados; la
determinación de mostrarnos testigos, a ejemplo de Jesucristo, “el Testigo fiel”. Actitud que debemos
prolongar “hasta la venida de nuestro
señor Jesucristo”, y como no sabemos “ni
el día ni la hora”, urge alimentarla y mantenerla, conociendo y meditando
su Palabra, “Moisés y los profetas”, que son resumen de la Revelación de Dios.
¡Démonos tiempo para leerla, aprenderla, seguirla!