viernes, 23 de septiembre de 2016

26º ordinario, 25 septiembre 2016



Primera Lectura: del libro del profeta Amós 6: 1, 4-7
Salmo Responsorial, del salmo 145: Alabemos al Señor, que viene a salvarnos.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a Timoteo 6: 11-16
Aclamación: Jesucristo, siendo rico, se hizo pobre, para enriquecernos con su pobreza.
Evangelio: Lucas 16: 19-31.

La antífona de entrada nos ubica en nuestra realidad de creaturas, pero juntamente nos trae a la memoria lo que hemos meditado los domingos anteriores y florece, con nuevo vigor, la confianza en la misericordia del Señor. El amor y el perdón que vienen de nuestro Padre, cubren la multitud de nuestros pecados; afianzados en Él, no desfalleceremos.

Las lecturas de este domingo nos hacen recordar a San Ignacio de Loyola que pone en varias meditaciones las “repeticiones”, en ellas hay que insistir o bien en aquello que nos iluminó especialmente, o bien en lo que nos dio miedo tratar de penetrar con mayor profundidad. Son continuidad del tema tratado por Amós y por Jesús: el peligro de quedarnos apesgados a los bienes de este mundo, de perder la visión real del “más allá” y con ella, la atención concreta, fraternal, servicial, humana a los demás, a los olvidados, a los sin voz, sin techo, sin esperanza, sin cariño.

El “¡Ay de ustedes que se reclinan sobre divanes adornados con marfil, se recuestan sobre almohadones para comer los corderos del rebaño, canturrean al son del arpa, creyendo cantar como David. Se atiborran de vino… y no se preocupan por las desgracias de sus hermanos!”. Nos lleva al: “¡Ay de ustedes los ricos, porque ya tienen ahora su consuelo!”, de Jesús en Lc. 6: 24. Pidamos al Señor que nos dejemos alumbrar por su Palabra; nada de lo que Dios nos ha dado o el ingenio del hombre ha descubierto, es malo, el peligro radica en quedarnos atorados y no tener vivo y presente que “todo lo demás lo dio Dios al hombre para que lo use, tanto cuanto, le ayude a conseguir el fin para que fue creado, y se abstenga de aquello que le impida conseguir ese fin”.

Lo bueno, lo cómodo, lo agradable, nos complace, ¿quién lo duda?, lo que puede ser verdaderamente trágico es perder el camino, y ese camino son los otros, cada otro, cada ser humano que cruza nuestra vida sin que compartamos con él una sonrisa. Si ni eso somos capaces de dar, ¿daremos algo?

En la parábola que narra Jesús, hemos de estar atentos a su lenguaje: no trata de mostrarnos cómo será “el más allá”, sino que, utilizando el lenguaje ordinario que había en su época: “el seno de Abrahám” y “el sheol” o lugar de castigo, subraya las consecuencias de las acciones que realizamos los hombres y las consecuencias según hayamos tenido en cuenta o no a los demás. De alguna forma tiene presente el salmo: “Él es quien hace justicia al oprimido…, trastorna los planes del inicuo”. La realidad moral de nuestro “yo” se proyecta en cada decisión; en cada momento tomamos nuestro ser entre las manos y “nos jugamos” la realidad definitiva. ¡El Señor nos toma en serio para que nos tomemos en serio!

La fuerza que mantendrá el paso decisivo no es otra que la fe en la vida eterna a la que hemos sido llamados; la determinación de mostrarnos testigos, a ejemplo de Jesucristo, “el Testigo fiel”. Actitud que debemos prolongar “hasta la venida de nuestro señor Jesucristo”, y como no sabemos “ni el día ni la hora”, urge alimentarla y mantenerla, conociendo y meditando su Palabra, “Moisés y los profetas”, que son resumen de la Revelación de Dios. ¡Démonos tiempo para leerla, aprenderla, seguirla!