Primera Lectura: del libro de la Sabiduría 11:22, 12:1
Salmo Responsorial, del salmo 144: Bendeciré al Señor, eternamente.
Segunda Lectura: de la segunda carta del apóstol
Pablo a los tesalonicenses 1:11-2,2
Aclamación: Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su
Hijo Único, para que todo el que crea en El, tenga Vida Eterna.
Evangelio: Lucas 19: 1-10
Al
considerar la Antífona de Entrada, nos percatamos de que el Señor no sólo no
nos deja, sino que sale a nuestro encuentro constantemente. Al mirarnos a nosotros
mismos, brota la súplica, precisamente porque nos conocemos, para que nos aleje
de todo aquello que pudiera apartarnos de Él: criaturas, dinero, ambiente,
sociedad, superficialidad, egoísmo. La respuesta de los corazones sinceros no
se hace esperar. ¿Al menos procuramos tener un corazón sincero, orientado a lo
que dura, a lo que proporciona la paz, o nos quedamos apesgados a lo que
pensamos es la felicidad?
El
Libro de la Sabiduría nos centra en la experiencia de ser criaturas: El Señor
es el hacedor de todo, el mundo entero con todas sus riquezas puestas en la
balanza, pesa menos que un grano de arena. Regresamos a meditar lo relativo de
las cosas, todas ellas y redescubrimos al Absoluto. Qué ánimo tiene que
embargarnos lo que dice a continuación: “Aparentas
no ver los pecados de los hombres para que se arrepientan. Tú amas cuanto
hiciste, no aborreces nada de cuanto has creado, pues si lo hubieras aborrecido
no lo hubieras creado.” Necesitamos
experimentar profundamente ese Amor eterno del Señor por cada uno de nosotros:
El Señor me tiene eternamente presente, ¿cuál es mi respuesta a su cariño, a su
delicadeza, a su predilección?
Mínimo,
cantar, profundizar diariamente en el estribillo del Salmo: “Bendeciré al Señor eternamente.” Ya
estamos en el camino de eternidad y tenemos que acostumbrar a nuestro interior
a Alabar, Bendecir y Servir al Señor mientras duren nuestros pasos peregrinos
para continuar haciéndolo con todos los que le han sido fieles y ya gozan de Él
sin temor de perderlo.
Orar
unos por otros, como nos dice San Pablo, para “que el Señor nos haga dignos de la vocación a la que hemos sido
llamados… su poder, su gracia, su presencia nos asegurará en el camino
directo hacia Él: siempre afianzados en el Único Mediador: Cristo Jesús.
En
el Evangelio, simplemente tratemos de hallar la mirada de Jesús, como la
encontró Zaqueo: esa mirada dulce, penetrante, invitadora, comprometedora, que
si lo hacemos, encontraremos la fuerza para hacer lo que hizo aquel jefe de
publicanos y rico. De qué forma impulsa a superar todos los obstáculos el solo
deseo “de ver a Jesús”. No le importó el que se rieran de él, sujeto
con renombre, ricamente vestido, subiendo a un árbol, desenredando su manto,
con tal de “ver a Jesús”. Las
consecuencias las hemos escuchado, cuando el corazón sana, toda creatura,
comenzando con el dinero, toma su estatura precisa ante al Absoluto.
Preparémonos
siempre para ese “encuentro”, que es posible en cualquier momento y para
escuchar: “Hoy ha llegado la salvación a
esta casa.” El Señor nos creó muy
bien hechos, no nos desaprovechemos. Pidámosle que esté constantemente presente
ese deseo de verlo y de encontrarlo en cada creatura, y de manera especial en
nuestros semejantes: “La realidad del
rostro divino se transparenta en el rostro humano, porque cada hombre es mi
hermano.” Vivir en cristiano es
abrirnos a todos, es cortar de tajo toda murmuración, toda interpretación que
descalifique. Sintámonos acogidos por las palabras de Jesús: “El Hijo del hombre ha venido a buscar lo que
estaba perdido.” Si acaso alguna vez
hemos equivocado la senda, ya sabemos donde reencontrarla.