Primera
Lectura: del segundo
libro de los Macabeos 71-2, 9-14
Salmo
Responsorial, del
salmo 16: Al
despertar, Señor, contemplaré tu rostro
Segunda
Lectura: de la
segunda carta del apóstol Pablo a los tesalonicenses 2: 16 – 3:5
Aclamación: Jesucristo
es el Primogénito de los muertos; a Él sea dada la gloria y el poder por
siempre.
Evangelio: Lucas 20: 27-38.
Insiste la Antífona de Entrada en que
Dios escuche nuestras súplicas, “¿El que
hizo el oído no va a oír? Más bien hemos de preguntarnos qué tan constante
es nuestra súplica, nuestra oración, la viva presencia de Dios en nuestras
vidas. Regresa el eco de la advertencia de Jesús: “Oren sin intermisión.” Y del Salmo: “Dios jamás desoye los gritos de sus fieles.” Estamos en tesitura
de futuro, de trascendencia, de conciencia de caminantes hacia “La Vida Otra”,
de la permanencia real de nuestro ser para siempre: “Para ser como en Ti al
principio era”. No está de más el que recordemos la 1ª. Lectura del domingo
pasado: “Si algo hubieras aborrecido no
lo hubieras creado. Amas a todas tus criaturas.”; señal de su Amor por
nosotros es que existimos; vuelve la interrogante que conmueva la interioridad:
¿Vivimos para Él?, ¿permanece consciente la conciencia de que vamos hacia Él?
Solamente tomaré de la 1ª. Lectura los
segundos indicios que aparecen en el Antiguo Testamento de la seguridad de la
Resurrección: los testimonios de los muchachos martirizados que han aprendido
de labios de su madre la rectitud y la fuerza de la fe: “Tú nos arrancas la vida presente, pero el Rey del Universo nos
resucitará a una vida eterna, puesto que hemos muerto por fidelidad a sus
leyes.” Y el cuarto, con el que termina hoy el relato de Macabeos: “Vale la pena morir a manos de los hombres,
cuando se tiene la firme esperanza de que Dios nos resucitará. Tú, en cambio,
no resucitarás para la vida.” Más claro, ni el agua. Participamos de la
vida divina y ésta es inmortal. Bajemos a nuestro interior y preguntémonos ¿por
qué nos afanamos tanto por lo que no es duradero?
El Salmo nos confirma en esta fe: “Al despertar, Señor, contemplaré tu
rostro”. Subrayo: contemplaremos con nuestros ojos. Ya lo decía Job: “Sé que mi Redentor vive y con estos ojos lo
contemplaré, yo, no otro…”, (19:25-27), así contemplaron a Jesús Resucitado
los Apóstoles. No sabemos cómo será el hecho mismo de la resurrección, pero
sabemos que será. Y en esta fe y esperanza caminamos.
Pablo insiste en la gratuidad de la
Gracia, de la Vida Eterna, por los méritos de Cristo; por Él tenemos el “consuelo eterno y una feliz esperanza”
Y al final nos conforta, como él mismo se siente confortado: “Que el Señor dirija su corazón para que
amen a Dios y esperen pacientemente la venida de Cristo.”
¡Qué diferencia tan grande poseemos en
contraposición con los que no tienen esperanza! Los saduceos, fundamentalistas,
arraigados exclusivamente en el Pentateuco, “se ríen de la resurrección” y
proponen una trampa a Jesús. Aducen la Ley del Levirato (Deut. 25: 5-10),
mantienen la visión inmediatista: Dar descendencia al nombre del hermano ya
todo termina en esta tierra. Jesús “ataca” directamente: “En esta vida, hombres y mujeres se casan, pero en la vida futura, los
que sean juzgados dignos de ella y de la
resurrección de los muertos, no se casarán ni morirán, porque serán como los
ángeles e hijos de Dios, pues Él los habrá resucitado.” Será una vida
verdaderamente biológica, pero de otro nivel; otra vez el testigo es Cristo,
Primogénito de los Resucitados, “vean, un
espíritu no tiene carne y huesos como ven que yo tengo…, y todavía para
tranquilizarlos más: ¿tienen algo de comer?”; este “salto” sobrepasa
nuestra pobre lógica, pero confirma la Fe; Él está ahí, presente, conversando, comiendo, sin
duda, riendo con ellos.
El colofón que deja mudos a los
saduceos y que nos pinta de certeza la esperanza, es la cita que les recuerda: “Dios de Abrahán, de Isaac, de Jacob, Dios
no es Dios de muertos sino de vivos, para Él todos viven.”
Último viaje a
nuestro interior: ¿vivimos con el Dios vivo? ¿Hacemos creíbles nuestras
acciones haciendo realidad las palabras del mismo Jesús?: “El que cree en mí, aunque haya muerto vivirá.” “El que come mi carne y
bebe mi sangre, tiene vida eterna y Yo lo resucitaré el último día”. Termino con San Pablo: “Los padecimientos de esta vida no son comparables con el peso de
gloria que se revelará en nosotros.” (2ª. Cor. 4: 17)