Primera
Lectura: del libro del profeta Isaías 40: 1-5, 9-11
Salmo Responsorial, del salmo 84: Muéstranos, Señor, tu
misericordia y danos al Salvador.
Segunda
Lectura: de la segunda carta del apóstol Pedro 3: 8-14
Aclamación: Preparen
el camino del Señor, hagan rectos sus senderos, y todos los hombres verán al
Salvador.
Evangelio: Marcos 1: 1-8.
“Mirar y
oír”, nos pide la antífona de entrada; captar y
aceptar que la “voz del Señor es alegría
para el corazón”. Prosigue el juego de los encuentros; el Señor que viene,
nosotros lo esperamos. Jesús ya vino,
sigue viniendo y volverá definitivamente. Nuestra vida se va desarrollando
entre dos realidades: la historia y el proyecto; entre ellas, nuestro presente
que rápidamente se vuelve historia y que, ojalá, llene de luz los momentos que
sigan, sean los que sean, porque,
fincados en la Palabra de Dios, sabemos que nos acercamos al consuelo; que han
sido purificadas nuestras faltas, no por méritos nuestros, sino por su
misericordia. Oigamos, con corazón dispuesto, “la voz que clama”: preparen el camino del Señor, que el páramo se
convierta en calzada, que no se encuentren honduras tenebrosas ni cimas egoístas prepotentes, nada de senderos con
espinas ni curvas que retrasen la llegada. Que retumbe, sonora, en los oídos,
la Buena Nueva, la Noticia que deshace los nudos y aleja los temores; no es un
desconocido quien se acerca, es el Señor que en su bandera ya tiene grabada la
señal de victoria; triunfa no a base de fuerza
ni violencia, sus armas son ternura y bondad. La imagen del Pastor se vuelve
realidad: “llevará en sus brazos a los
corderitos recién nacidos y atenderá solícito a las madres”. ¿En qué
mejores manos podemos descansar, seamos pequeños o adultos, pecadores o
esforzados sinceros que, en verdad, deseamos encaminar los pasos y deseos, ya
no sólo a la voz sino aún más allá, a la Palabra que da sentido y cumplimiento?
Al meditar el Salmo, lentamente, hallamos la
súplica cumplida: “La misericordia se ha
mostrado por entero, entre nosotros habita el Salvador”. Con Jesús en el
pesebre y en la vida, llegaron la paz y salvación y se han unido de modo
inseparable; Jesús abre ancho el camino para que demo la dimensión exacta a las
creaturas, y evitar los tropiezos que impidan coronar los esfuerzos por llegar,
con su Gracia, al goce de la Gloria.
San Pedro nos recuerda que el tiempo es
solamente nuestro, que vamos de un antes a un después; una invención que atrapa
y nos enreda, nos agita y preocupa, nos sirve de pretexto para impedir
confrontaciones serias y alargar decisiones indefinidamente: después pensaré …,
en vez de pisar realidades, vivimos en conceptos, en terrenos aéreos que
podemos manejar al antojo, hacer y deshacer la exigencia molesta y convertirla
en sueño, en lejano deseo, en ausencia que borra el esfuerzo y la entrega, en
vano intento de evitar el encuentro final con el Señor que está a la espera de
cumplir su promesa hecha mucho antes del tiempo y durará sin tiempo.
¡Nos urge estar en sintonía de eternidad! ¡Ya
la estamos viviendo! “Vamos dando pasos “sin tiempo en tiempo apenas” pues
“somos una conjunción de tierra y cielo”. Aceptar el concepto y volverlo
concreto. Retornar a la actitud de escucha de esa “voz que clama” pero no en
un desierto, sino en seres capaces de florecer en actos de amor y cercanía, de
conversión constante, que confían en la fuerza del Espíritu y descubren tras la
voz, La Palabra. Así “prepararemos el camino del Señor”.