Primera
Lectura:
del libro de los Proverbios 8: 22-31
Salmo
Responsorial,
del salmo 8: ¡Qué admirable, Señor, es tu poder!
Segunda
Lectura:
de la carta del apóstol Pablo a los romanos 5: 1-5
Aclamación: Gloria al Padre y al Hijo y al
Espíritu Santo. Al Dios que es, que era y que vendrá
Evangelio: Juan 16: 12-15.
La liturgia nos invita reflexionar sobre el
Misterio del Dios Trino y Uno; misterio que, por serlo, sobrepasa cualquier
intento de comprensión, pero que a la vez es el núcleo y corona de la
Revelación: Dios no es un Ser solitario y lejano, Jesucristo, Hijo del Padre,
consubstancial a Él, nos lo da a conocer;
El mismo Jesús, antes de su regreso al Padre, promete y envía, desde y con el Padre, al
Espíritu Santo. No se trata de matemáticas sino de una fe que se abre, se deja
iluminar para aceptar lo impensable: ¡Dios se me da a conocer de la única forma
que podemos conocer a Alguien: desde Él, desde Su Palabra!
¡Bendito seas Dios! Exclamación de
alabanza, de admiración, de gratitud, de aceptación! Queremos decir bien de Ti
en la totalidad de tu Ser que aun sin poder abarcar, percibimos cercano,
amoroso, dador de todo bien.
El Libro de los Proverbios al hablar de la
Sabiduría de Dios que “poseía desde el principio,
antes que sus obras más antiguas…”, que lo acompaña en “el proceso” de la
Creación, “que estaba como Arquitecto de
sus obras, - y lo que más tiene que impresionarnos -: “sus delicias eran, son y serán, estar con los hijos de los hombres”, se refiere a Jesús, Hijo Eterno del Padre: “Sabiduría Encarnada, Verbo Encarnado,
Palabra Encarnada”. ¿Quién más
estaba entonces? Vayamos al inicio del Génesis: 1: 1 “El Espíritu de Dios se cernía sobre la faz de la tierra.” El “ruah Yahvé”, el principio de toda
vida. Dios Uno, Tres Personas en íntima
comunicación. Misterio, repito, que nos deja mudos de asombro, pues nos hace
partícipes de su interioridad.
Decíamos en el Salmo: “¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él?” La respuesta la encontramos ahí mismo: “Lo coronaste de gloria y dignidad, le diste
el mando sobre las obras de tus manos” Vuelven
los impulsos de asombro y agradecimiento: “¡Qué
admirable, Señor, es tu poder!”.
San Pablo, en un brevísimo resumen, nos
entrega a Dios en acción: “En paz con el
Padre, purificados por Jesucristo, con la esperanza que no defrauda porque el
Espíritu Santo ha sido infundido en nuestros corazones.” Pacientes en las pruebas y los
sufrimientos, de ahí a la virtud sólida: la Fortaleza, de ella a la Esperanza y
con ésta a la posesión del Reino. Si a toda acción corresponde una reacción,
está esperando nuestra respuesta, todo es para bien nuestro.
Jesús mismo, Testigo fiel, nos orienta
hacia el centro del Misterio: “Cuando
venga el Espíritu de Verdad, los encaminará a la Verdad Plena; tomará de lo
mío. Todo lo que tiene el Padre es mío…” Identidad de saberes, diferenciación de
acciones, pero Dios Uno, el que tiene, el que participa, el que envía y el
Enviado, Quien, junto con el Padre nos envía al Consolador.
Al empezar nuestro día y cada una de
nuestras tareas, al santiguarnos, recordemos que somos “Templos de la Santísima Trinidad”
y pertenencia suya, que le ofrecemos nuestro ser y que contamos con su
presencia en nosotros para santificar el mundo tan necesitado de retomar el
camino hacia la trascendencia.