sábado, 15 de junio de 2019

La Santísima Trinidad. 16 junio 2019.-


Primera Lectura: del libro de los Proverbios 8: 22-31
Salmo Responsorial, del salmo 8: ¡Qué admirable, Señor, es tu poder!
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los romanos 5: 1-5
Aclamación: Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Al Dios que es, que era y que vendrá
Evangelio: Juan 16: 12-15.

La liturgia nos invita reflexionar sobre el Misterio del Dios Trino y Uno; misterio que, por serlo, sobrepasa cualquier intento de comprensión, pero que a la vez es el núcleo y corona de la Revelación: Dios no es un Ser solitario y lejano, Jesucristo, Hijo del Padre, consubstancial a Él, nos lo da a conocer;  El mismo Jesús, antes de su regreso al Padre,  promete y envía, desde y con el Padre, al Espíritu Santo. No se trata de matemáticas sino de una fe que se abre, se deja iluminar para aceptar lo impensable: ¡Dios se me da a conocer de la única forma que podemos conocer a Alguien: desde Él, desde Su Palabra!

¡Bendito seas Dios! Exclamación de alabanza, de admiración, de gratitud, de aceptación! Queremos decir bien de Ti en la totalidad de tu Ser que aun sin poder abarcar, percibimos cercano, amoroso, dador de todo bien.

El Libro de los Proverbios al hablar de la Sabiduría de Dios que “poseía desde el principio, antes que sus obras más antiguas…”,  que lo acompaña en “el proceso” de la Creación, “que estaba como Arquitecto de sus obras, - y lo que más tiene que impresionarnos -: “sus delicias eran, son y serán, estar con los hijos de los hombres”,  se refiere a Jesús, Hijo Eterno del Padre: “Sabiduría Encarnada, Verbo Encarnado, Palabra Encarnada”.  ¿Quién más estaba entonces? Vayamos al inicio del Génesis: 1: 1 “El Espíritu de Dios se cernía sobre la faz de la tierra.”  El “ruah Yahvé”, el principio de toda vida.  Dios Uno, Tres Personas en íntima comunicación. Misterio, repito, que nos deja mudos de asombro, pues nos hace partícipes de su interioridad.

Decíamos en el Salmo: “¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él?”  La respuesta la encontramos ahí mismo: “Lo coronaste de gloria y dignidad, le diste el mando sobre las obras de tus manos”  Vuelven los impulsos de asombro y agradecimiento: “¡Qué admirable, Señor, es tu poder!”.

San Pablo, en un brevísimo resumen, nos entrega a Dios en acción: “En paz con el Padre, purificados por Jesucristo, con la esperanza que no defrauda porque el Espíritu Santo ha sido infundido en nuestros corazones.”  Pacientes en las pruebas y los sufrimientos, de ahí a la virtud sólida: la Fortaleza, de ella a la Esperanza y con ésta a la posesión del Reino. Si a toda acción corresponde una reacción, está esperando nuestra respuesta, todo es para bien nuestro.

Jesús mismo, Testigo fiel, nos orienta hacia el centro del Misterio: “Cuando venga el Espíritu de Verdad, los encaminará a la Verdad Plena; tomará de lo mío. Todo lo que tiene el Padre es mío…”   Identidad de saberes, diferenciación de acciones, pero Dios Uno, el que tiene, el que participa, el que envía y el Enviado, Quien, junto con el Padre nos envía al Consolador.

Al empezar nuestro día y cada una de nuestras tareas, al santiguarnos, recordemos que somos “Templos de la Santísima Trinidad”  y pertenencia suya, que le ofrecemos nuestro ser y que contamos con su presencia en nosotros para santificar el mundo tan necesitado de retomar el camino hacia la trascendencia.