Is. 55: 6-9; Salmo 144; Filip. 1: 20-24, 27; Mt. 20: 1-16.
El trayecto de relación con nuestro Dios es inalcanzable desde nosotros; inútil entrar en vericuetos intransitables que sobrecogen nuestra mente y nuestro corazón; esas nubes se disipan al escuchar la antífona de entrada: “Yo soy la salvación de mi pueblo…, los escucharé en cualquier tribulación en que me llamen y seré siempre su Dios”. Eres Tú quien acorta el camino para encontrarnos, ¡no podría ser de otra manera!, y en ese encuentro descubrimos, otra vez, “que tu bondad se extiende a todas las creaturas”, y de manera especial, en los hombres, en los prójimos, en los hermanos. Descubrimos el contenido de la Buena Nueva: “Que todos reconozcamos a Dios como Padre y nos amemos como hermanos”; ¡ésta es la Nueva Ley! Amor que no calcula, que no actúa por la recompensa, que se da gratuita, total, enteramente.
Isaías anima al pueblo que sufre el exilio, que busca, sin encontrar, remedio a sus males, a su tristeza, a su tribulación; pero sin mirar hacia arriba ni hacia dentro, sin cambiar de actitud, pertinaz en tener la vista fija en el suelo y no en el cielo. La salvación no llega desde un horizonte terreno, viene desde Aquel que se muestra siempre piadoso aunque las circunstancias digan otra cosa. La inteligencia y la lógica humana, al no poder subir más allá, pierden toda esperanza; ésta renacerá al intentar comprender que “los pensamientos de Dios no son nuestros pensamientos, ni nuestros caminos son los suyos”; entonces ¿cómo se realizará nuestra liberación? “Dejemos a Dios ser Dios”, “Él es justo en sus designios y están llenas de amor todas sus obras”, sin que por eso nos ahorremos el trabajo, el esfuerzo, la oración, que no son contrato comercial sino reconocimiento y confianza en su promesa: “El Señor no está lejos de aquellos que lo buscan”. ¡Tenemos alas para llegar al Infinito!
Este nuevo rumbo nos dará la posibilidad, en esa ascensión a Dios por Cristo, de exclamar con Pablo: “Cristo será glorificado en nosotros; porque para nosotros la vida es Cristo y la muerte una ganancia”, y mientras llega esa corona de gloria, “trabajamos todavía con fruto, llevando una vida digna del Evangelio”. Para mantener firmes la mente y los pasos, pedimos: “Abre, Señor, nuestros corazones para que comprendamos las palabras de tu Hijo”.
Sin considerarnos “privilegiados” porque ya nos llamó a trabajar en su viña, hagámoslo “soportando el peso del día y del calor”, ya que el Denario sobrepasa todo esfuerzo, pues como expresa Santo Tomás de Aquino: el Denario es Dios mismo, y, Dios no puede menos de dársenos a Sí mismo.
La elección, el llamamiento nos ha llegado desde el Dueño de la Viña: “no son ustedes los que me eligieron, sino que Yo los elegí a ustedes”, (Jn. 15: 16), esta convicción alejará de nosotros cualquier pensamiento de envidia –tristeza del bien ajeno-, y nos llenará de alegría porque el Señor es de todos y para todos, aun para los que llegaron a última hora ya que ¡nunca es tarde para el encuentro con Él!
Señor, no sabemos si somos de los últimos o de los primeros, lo que sabemos es que no quieres “que estemos todo el día sin trabajar”; deseamos, con tu gracia, esforzarnos y recibir de Ti el mejor salario: Tú mismo en un abrazo gratuito que dura para siempre.