lunes, 22 de septiembre de 2008

26º ordinario, 28 septiembre 2008.

Ez. 18: 25-28; Salmo 24; Filip. 2: 1-11; Mt. 21: 28-32.

“Podrías, Señor, hacer recaer sobre nosotros todo el rigor de tu justicia…”. Ese tiempo condicional podría hacernos temblar como resultado de un sincero examen de conciencia, de una introspección profunda, de un recorrer nuestras intenciones y más aún nuestras acciones, porque ¿quién habrá que encuentre en su ser la transparencia total?; lo que ciertamente encontramos es que “hemos desobedecido tus mandatos, hemos pecado contra Ti”; reconocer el desvío es el principio para corregir el camino, eso ya es Gracia, y continuará actuando positivamente al afianzarnos en que Dios “hace honor a su nombre y nos trata conforme a su inmensa misericordia”. Experimentar su presencia, su cercanía, su comprensión, evitará que “desfallezcamos en la lucha por obtener el cielo que nos ha prometido”. No está de más recordar que el cielo no es un sitio, es donde el Señor está, y que inicia aquí, en el cumplimiento de su voluntad.

¡Cómo nos parecemos a Israel cuando nos atrevemos a juzgar a Dios sin habernos visto previamente! ¡Con qué facilidad encontramos culpables a quienes achacar los males, las desgracias, los infortunios y dejamos de lado nuestra responsabilidad al tomar decisiones! Seguirá siendo un misterio la conjunción de nuestra libertad y la acción que Dios nos ofrece para la salvación; el profundo respeto que manifiesta por nuestro ser y al mismo tiempo la paciente espera de nuestra respuesta que anhela en el versículo 23, poco antes de lo que hoy leímos: “que enmendemos nuestra conducta y vivamos”.

¡Vivir en paz y en convivencia, en la seguridad, toda la que pueda darnos una conciencia, avalada por la fuerza del Espíritu Santo, recta y honesta, que pide “encontrar sus caminos para tener todos, los mismos sentimientos que Cristo Jesús, evitar rivalidades y buscar el interés de los demás antes que el propio”.

Aquí está condensado el trabajo en la viña, para realizarlo, no de cualquier manera, sino conforme al Ejemplar: Cristo Jesús, “que no fue un ambiguo sí y no; mas en Él ha habido únicamente un sí” (2ª.Cor. 1: 19), “para mí es alimento cumplir el designio del que me envió y llevar a cabo su obra” (Jn. 4:34), hasta “la muerte y una muerte de cruz”. Sin duda temblamos otra vez, pero ahora por el horizonte abierto y experimentado por Jesús: por la Cruz y Pasión a la gloria de la Resurrección, temor que amainará porque el Señor aumenta y afianza nuestra esperanza: que a salario de Gloria no hay trabajo pequeño.

El Señor nos hace la misma pregunta que a los fariseos: “¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?” ¿Con qué hijo nos identificamos? ¿Con el de las promesas amables que tratan de tranquilizar al Padre y a la propia conciencia, pero quedan al viento? ¿Ofrecemos la Paz, decimos el Amén, pedimos ser perdonados y todo se vuelve viejo cada día sin llegar a la vida?, o ¿con el de la actitud, inicialmente rebelde y egoísta, pero que aprovechó la capacidad para reflexionar, rectificar el camino y cumplir con la voluntad del Padre?

Muchas voces persisten invitándonos, sabemos que no podemos contentarnos con oírlas; todo tiempo es tiempo para crecer en coherencia de amor, pensamiento y acción. ¡Ya hemos visto!

Pidamos que la conversión prosiga como un “sí” continuado.