Is. 25: 6-10; Salmo 22; Filip. 4: 12-14, 19-20; Mt. 22: 1-14.
Iniciamos la liturgia dirigiéndonos a Dios desde una proposición condicional: “Si conservaras el recuerdo de nuestras culpas…”, condicional que se purifica con una adversativa que nos llena de paz; “pero Tú eres Dios de perdón”. ¿En Quién sino en Él encontraremos la salvación, la definitiva, la aceptación gratuita al Banquete?
Ya prevemos en la oración la petición que impedirá que, una vez en la sala de la boda, nos mire el Señor sin el traje de fiesta: “que tu Gracia nos inspire y acompañe siempre”, para que podamos hacer vida la Vida del Reino: reconocerte como Padre y servirte, redivivo, en cada uno de nuestros hermanos.
¡Alegría, convivencia, gozo, canto, música, exquisitez, ausencia de temores, de lágrimas, de muerte!, imagen, muy a nuestro alcance, de lo que nos espera. Estar con Dios tiene que ser dinamismo y fiesta porque Él está con nosotros y nosotros con Él; su “mano reposará” en cada ser humano, no sólo sobre “el monte de Jerusalén”, el Señor Dios es “para todos los pueblos”, no solamente no habrá, ¡ya no hay velo que cubra y obscurezca!, porque “la ciudad no necesita la luz del sol ni de la luna, ya que la gloria de Dios la ilumina, y su lámpara es el Cordero”. (Apoc. 21: 22)
Brilla con nuevo resplandor nuestra esperanza expresada en el Salmo: “Habitaré en la casa del Señor toda la vida”, la causa que la fortalece nos llega desde Aquel que nos guía, la condición: ¡reconocer su Voz!: “El Señor es mi pastor, nada me falta, hacia fuentes tranquilas me conduce y repara mis fuerzas…, Él llena mi copa hasta los bordes”. El camino está trazado, más aún se ha convertido en el Único Camino: Jesús que avanza por llanos y montañas, por senderos escabrosos y a veces difíciles, pero no hay otro; es el que nos llevará, seguros, al Banquete, a la Casa del Padre, a la casa de todos.
Aprendamos, como Pablo, a vivir en la escasez y en la abundancia, a agradecer al Señor en toda ocasión, a encontrar que “en Él, todo lo podemos”, y de modo específico a socorrer a quien lo necesite, conscientes de que, de una u otra forma, “remediará todas nuestras necesidades”.
En la parábola del banquete de bodas, Jesús retoma el mensaje de Isaías, el mensaje del Padre: “todo está preparado”, y ¡con cuánta esplendidez!: es la boda del Hijo, el encuentro proyectado entre Dios y la Humanidad en Cristo Jesús; parece que la fiesta se frustra, los invitados se niegan, unos presentan sus excusas, otros llegan hasta el rechazo violento: agresión y muerte a los mensajeros; de verdad reacción inentendible; pero el Rey, - el Dios siempre Mayor – encuentra soluciones que den paso a la fiesta: “salgan a los cruces de los caminos y conviden a todos los que encuentren, “malos y buenos” , hay sitio para todos, la invitación es universal, se extiende hasta el último hombre. Dentro de la parábola “la cólera del rey”, no deja de estremecerme, no puedo imaginar a mi Dios violento, lo que sí me aplico es ¿cómo intentar pasar inadvertido “sin el traje de fiesta”? En casos semejantes, el rey proporcionaba todo lo necesario a aquel que nada tenía, ¿por qué no lo pidió? Nosotros recibimos el traje regalado: estamos “revestidos de Cristo”, en Él nos reconocerá el Padre…, ¿lo cuidamos con esmero?
Iniciamos la liturgia dirigiéndonos a Dios desde una proposición condicional: “Si conservaras el recuerdo de nuestras culpas…”, condicional que se purifica con una adversativa que nos llena de paz; “pero Tú eres Dios de perdón”. ¿En Quién sino en Él encontraremos la salvación, la definitiva, la aceptación gratuita al Banquete?
Ya prevemos en la oración la petición que impedirá que, una vez en la sala de la boda, nos mire el Señor sin el traje de fiesta: “que tu Gracia nos inspire y acompañe siempre”, para que podamos hacer vida la Vida del Reino: reconocerte como Padre y servirte, redivivo, en cada uno de nuestros hermanos.
¡Alegría, convivencia, gozo, canto, música, exquisitez, ausencia de temores, de lágrimas, de muerte!, imagen, muy a nuestro alcance, de lo que nos espera. Estar con Dios tiene que ser dinamismo y fiesta porque Él está con nosotros y nosotros con Él; su “mano reposará” en cada ser humano, no sólo sobre “el monte de Jerusalén”, el Señor Dios es “para todos los pueblos”, no solamente no habrá, ¡ya no hay velo que cubra y obscurezca!, porque “la ciudad no necesita la luz del sol ni de la luna, ya que la gloria de Dios la ilumina, y su lámpara es el Cordero”. (Apoc. 21: 22)
Brilla con nuevo resplandor nuestra esperanza expresada en el Salmo: “Habitaré en la casa del Señor toda la vida”, la causa que la fortalece nos llega desde Aquel que nos guía, la condición: ¡reconocer su Voz!: “El Señor es mi pastor, nada me falta, hacia fuentes tranquilas me conduce y repara mis fuerzas…, Él llena mi copa hasta los bordes”. El camino está trazado, más aún se ha convertido en el Único Camino: Jesús que avanza por llanos y montañas, por senderos escabrosos y a veces difíciles, pero no hay otro; es el que nos llevará, seguros, al Banquete, a la Casa del Padre, a la casa de todos.
Aprendamos, como Pablo, a vivir en la escasez y en la abundancia, a agradecer al Señor en toda ocasión, a encontrar que “en Él, todo lo podemos”, y de modo específico a socorrer a quien lo necesite, conscientes de que, de una u otra forma, “remediará todas nuestras necesidades”.
En la parábola del banquete de bodas, Jesús retoma el mensaje de Isaías, el mensaje del Padre: “todo está preparado”, y ¡con cuánta esplendidez!: es la boda del Hijo, el encuentro proyectado entre Dios y la Humanidad en Cristo Jesús; parece que la fiesta se frustra, los invitados se niegan, unos presentan sus excusas, otros llegan hasta el rechazo violento: agresión y muerte a los mensajeros; de verdad reacción inentendible; pero el Rey, - el Dios siempre Mayor – encuentra soluciones que den paso a la fiesta: “salgan a los cruces de los caminos y conviden a todos los que encuentren, “malos y buenos” , hay sitio para todos, la invitación es universal, se extiende hasta el último hombre. Dentro de la parábola “la cólera del rey”, no deja de estremecerme, no puedo imaginar a mi Dios violento, lo que sí me aplico es ¿cómo intentar pasar inadvertido “sin el traje de fiesta”? En casos semejantes, el rey proporcionaba todo lo necesario a aquel que nada tenía, ¿por qué no lo pidió? Nosotros recibimos el traje regalado: estamos “revestidos de Cristo”, en Él nos reconocerá el Padre…, ¿lo cuidamos con esmero?