martes, 5 de mayo de 2009

5° Pascua, mayo 10 2009

Primera Lectura: Hechos de los Apóstoles 9: 26-31,
Salmo 21;
Segunda Lectura: Primera carta de Juan 3: 18-24;
Evangelio: Juan 15: 1-8.

Permanezcamos con los ojos abiertos, éstos abrirán las mentes y los corazones, para seguir cantando las maravillas del Señor. Contemplar y reflexionar: proseguir la conjunción de sentidos, razón y fe es darle la correcta finalidad a nuestro ser humano que mira la creación, busca las causas y acepta la revelación para encontrar en el diario caminar el Amor con que Dios nos mira y gozarnos en la realidad de la filiación divina, inmerecida, pero, ya realizada por la entrega de Cristo y la fuerte y constante acción del Espíritu Santo.

Escuchando la narración de los Hechos de los Apóstoles, ojalá aprendamos a no quejarnos de la incomprensión que, muchas veces simplemente imaginamos, sino a ser apoyo para los que se sienten solos, desconocidos. Fácilmente imaginamos a los discípulos de Jerusalén mirando con desconfianza a Pablo, ¡no pueden explicarse lo que sucede!: el perseguidor sostiene ahora nuestra misma visión de Jesús. Seamos como Bernabé que habla y explica, a quien tiene que hacerlo, para que todos recuerden las palabras de Jesús: “Para Dios nada es imposible”, (Mc. 10:27); la aceptación del testimonio da enorme confianza a Pablo y, como oíamos a Pedro el domingo pasado, la audacia y la libertad se apoderan de él, toca las fronteras peligrosas, lo amenazan de muerte. Pablo, sin duda, habrá recordado las palabras de Ananías: “Yo le enseñaré cuánto tiene que sufrir por Mí”, (Hechos 9:16). Los hermanos actúan (cuánto nos hace falta esto) y lo envían a Tarso, ahí está la presencia del Espíritu que cuida y guía y consolida a la Comunidad, y, bajo este impulso, ésta “crece y se multiplica”.

San Juan vive lo que enseña: “amemos de verdad y con las obras”. Lo vio con Bernabé y Pablo; reflexiona en la conversión de éste, comprende que obraba con una conciencia honesta: “fidelidad al propio interior” y constata que: “Dios es más grande que nuestra conciencia”; mira cómo el Señor hace que las conciencias honestas se vuelvan rectas, Pablo es un claro ejemplo: de perseguidor, a Apóstol de las gentes.

Ahora estamos en una situación difícil, magnífica ocasión para que crezca la fe en la oración, para que hagamos caso al Espíritu: “si hacemos lo que le agrada, ciertamente obtendremos de Él todo lo que le pidamos”, porque hablar del Espíritu es hablar del Padre, es hablar de Jesucristo, es permanecer en la Vida Trinitaria.

Jesús, atento observador, se adapta a su pueblo, sabe que conocen los cuidados que requiere una viña: limpieza, poda y cariño, habla sobre seguro, pero cambia las coordenadas, ya no se trata de cualquier viña: “Yo soy la vid, mi Padre el viñador, ustedes los sarmientos”. Cortar a tiempo, quizá sea doloroso, pero necesario; solamente así la savia se concentrará y dará fruto a su tiempo. Lo inútil: ¡al fuego! ¡Lo imprescindible: permanecer unidos al tronco que alimenta! Las consecuencias brillan por sí mismas.

“¡Sin Mí no pueden hacer nada!” ¿De verdad creemos y aceptamos su Palabra? Vuelven a resonar las escritas por San Juan, pero ahora desde los labios del que Es la Palabra: “Si permanecen en Mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y se les concederá”. ¿Tendríamos que pensar mucho para tomar la decisión correcta?
¡Ilumínanos, Señor y danos el ímpetu para ofrecerte aquello que impida la Gloria del Padre! Corta lo que sea; sabemos que restañarás las heridas y nos ayudarás a dar fruto.