Primera Lectura: del libro del profeta Nehemías 8: 2-6, 8-10
Salmo Responsorial, del Salmo 18: Tú tienes, Señor, palabras de vida eterna.
Segunda Lectura: Primera carta a los corintios 12: 12-30
Evagelio: Lucas 1: 1-4, 14-21.
“Cantemos al Señor un cántico nuevo”. Novedad teñida de reconocimiento por la gratuidad, rodeados por el “esplendor de su gloria”. El canto brotará constante al percibir nuestro ser de creaturas que se goza en el Creador.
El Señor quiere que “produzcamos frutos abundantes”, y sabemos, por experiencia, que sólo de Él puede llegar la ayuda para hacerlo. Nos llega a la memoria lo dicho por el mismo Jesús: “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos, así como el sarmiento no puede dar fruto si no está adherido a la vid, así ustedes sin Mí, no pueden hacer nada”. (15: 4-5)
El conocimiento de la Revelación, nos llega por la escucha de su Palabra; en ella y por ella crecen la alegría de saber el camino, el comprender un poco más la rectitud y perfección de la Ley, el acercarnos a la interioridad de Dios manifiesta, como verdadera liturgia, en la lectura del libro de Nehemías: alabanza que abre el contacto con Dios: “No estén tistes, porque celebrar al Señor es nuestra fuerza”, gozo y arrepentimiento. Sentimiento que se prolonga en el salmo: “Tú tienes, Señor, palabras de vida eterna”, en ellas hay perfección, sabiduría, verdad, plenitud, refugio y salvación.
San Pablo en el fragmento que escuchamos de la Carta a los Corintios, continúa con la comparación de Iglesia-Cuerpo: somos muchos, pero formamos un solo cuerpo y tenemos a Cristo como Cabeza; donde va la cabeza, va el cuerpo, y donde está el cuerpo está la cabeza, de igual manera debería de ser nuestro proceder, acordes, unidos, identificados con Cristo, para ejercer en bien de todos, –como analizábamos el domingo pasado-, los dones con que Dios dotó a cada uno. Multiplicidad de cualidades que confluyen al mismo fin: construir, con la Gracia del Espíritu, la totalidad del Cuerpo de Cristo. En el mejor de los sentidos, ¡no hay escape posible, si de verdad deseamos llevar a término nuestro caminar en el mundo!
San Lucas, presenta, de manera ordenada, “la historia de las cosas que pasaron entre nosotros”, no con un simple afán histórico, sino “para que veas la verdad de lo que se te ha enseñado”: el programa de Jesús. Seguir a Cristo, ser cristiano, no consiste en leyes, preceptos y normas. La Iglesia, y nosotros como Cuerpo vivo, no podemos contentarnos con escuchar, urge pasar a la acción: conocer y amar a Jesús; con la unción del Espíritu, conforme a la complacencia del Padre. Su proclamación es nítida: “llevar a los pobres la Buena Nueva, anunciar la liberación a los cautivos y la curación a los ciegos, dar libertad a los oprimidos y anunciar el año de gracia del Señor”. En Él se cumple y en nosotros debe continuarse, la profecía de Isaías. Éste, no otro, es el camino para proseguir la construcción del Cuerpo Místico. Son muchos los que necesitan escuchar palabras y ver obras que los alienten y llenen de esperanza.
Dentro de la octava de oración por la unión de las Iglesias, queremos cuidar y acrecentar lo que el Señor Jesús vino a sembrar. Una vez más le presentamos nuestra interioridad para que ese Reino de Amor, de Justicia, de Libertad y de Paz, continúe realizándose como el “Hoy” que ha anunciado la profecía y Jesús asegura que está en presente. Que Él nos ayude para que fructifique a través de cada día.
Salmo Responsorial, del Salmo 18: Tú tienes, Señor, palabras de vida eterna.
Segunda Lectura: Primera carta a los corintios 12: 12-30
Evagelio: Lucas 1: 1-4, 14-21.
“Cantemos al Señor un cántico nuevo”. Novedad teñida de reconocimiento por la gratuidad, rodeados por el “esplendor de su gloria”. El canto brotará constante al percibir nuestro ser de creaturas que se goza en el Creador.
El Señor quiere que “produzcamos frutos abundantes”, y sabemos, por experiencia, que sólo de Él puede llegar la ayuda para hacerlo. Nos llega a la memoria lo dicho por el mismo Jesús: “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos, así como el sarmiento no puede dar fruto si no está adherido a la vid, así ustedes sin Mí, no pueden hacer nada”. (15: 4-5)
El conocimiento de la Revelación, nos llega por la escucha de su Palabra; en ella y por ella crecen la alegría de saber el camino, el comprender un poco más la rectitud y perfección de la Ley, el acercarnos a la interioridad de Dios manifiesta, como verdadera liturgia, en la lectura del libro de Nehemías: alabanza que abre el contacto con Dios: “No estén tistes, porque celebrar al Señor es nuestra fuerza”, gozo y arrepentimiento. Sentimiento que se prolonga en el salmo: “Tú tienes, Señor, palabras de vida eterna”, en ellas hay perfección, sabiduría, verdad, plenitud, refugio y salvación.
San Pablo en el fragmento que escuchamos de la Carta a los Corintios, continúa con la comparación de Iglesia-Cuerpo: somos muchos, pero formamos un solo cuerpo y tenemos a Cristo como Cabeza; donde va la cabeza, va el cuerpo, y donde está el cuerpo está la cabeza, de igual manera debería de ser nuestro proceder, acordes, unidos, identificados con Cristo, para ejercer en bien de todos, –como analizábamos el domingo pasado-, los dones con que Dios dotó a cada uno. Multiplicidad de cualidades que confluyen al mismo fin: construir, con la Gracia del Espíritu, la totalidad del Cuerpo de Cristo. En el mejor de los sentidos, ¡no hay escape posible, si de verdad deseamos llevar a término nuestro caminar en el mundo!
San Lucas, presenta, de manera ordenada, “la historia de las cosas que pasaron entre nosotros”, no con un simple afán histórico, sino “para que veas la verdad de lo que se te ha enseñado”: el programa de Jesús. Seguir a Cristo, ser cristiano, no consiste en leyes, preceptos y normas. La Iglesia, y nosotros como Cuerpo vivo, no podemos contentarnos con escuchar, urge pasar a la acción: conocer y amar a Jesús; con la unción del Espíritu, conforme a la complacencia del Padre. Su proclamación es nítida: “llevar a los pobres la Buena Nueva, anunciar la liberación a los cautivos y la curación a los ciegos, dar libertad a los oprimidos y anunciar el año de gracia del Señor”. En Él se cumple y en nosotros debe continuarse, la profecía de Isaías. Éste, no otro, es el camino para proseguir la construcción del Cuerpo Místico. Son muchos los que necesitan escuchar palabras y ver obras que los alienten y llenen de esperanza.
Dentro de la octava de oración por la unión de las Iglesias, queremos cuidar y acrecentar lo que el Señor Jesús vino a sembrar. Una vez más le presentamos nuestra interioridad para que ese Reino de Amor, de Justicia, de Libertad y de Paz, continúe realizándose como el “Hoy” que ha anunciado la profecía y Jesús asegura que está en presente. Que Él nos ayude para que fructifique a través de cada día.