Salmo Responsorial, del Salmo 71
Segunda Lectura: de la carta de San Pablo a los Efesios 3: 2-3, 5-6
Evangelio: Mateo 2: 1-12.
Epifanía: El Señor se manifiesta a todas las naciones; el Pueblo elegido se ha transformado en la Humanidad entera, no hay fronteras que limiten la Palabra de salvación.
Una Estrella más luciente que el sol, para los que queramos abrir los ojos de la fe; Estrella que alumbra el camino para evitar desviarnos; Estrella que guía, aunque de momento la perdamos entre nubarrones de olvido, siempre volverá a aparecer para agrandar el gozo, para llegar al sitio exacto del encuentro, para llenarnos de paz que nadie pueda arrebatarnos; para contemplar la Gloria que nos aguarda y durará para siempre.
Este pasaje de San Mateo es un “midrash”, una realidad, como una tela adornada para que entendamos “el lenguaje de Dios”, Él se acopla al nuestro. Es una narración llena de cariño del Niño Dios para los niños del Reino.
Mateo nos presenta al Niño ante el que se postran hombres venidos de lejanas tierras; ante Jesús, Dios y Hombre, Aquel del que nos dice San Juan en el prólogo de su evangelio: “Vino a los suyos (los judíos) y no le recibieron”. Ninguna autoridad religiosa o civil se postra ante el Niño Dios, solo aquellos “Magos” venidos del Oriente.
Mateo presenta un misterio, una reflexión teológica, y la teología es necesariamente “ciencia de los niños”, de los sencillos y humildes, de los pequeños, a los que el Padre revela los misterios guardados por siglos, por eso dirá Jesús mucho más tarde: “Te doy gracias, Padre, porque has revelado estas cosas a los sencillos y humildes y las has ocultado a los sabios y prudentes de este mundo”. (Mt. 11:25)
Para tratar de penetrar el misterio de Dios y su presencia entre nosotros, tenemos que hacernos como niños, nacer de nuevo, ser niño otra vez. Acercarnos de rodillas, como los “Magos” se postraron ante el Niño.
Hoy es el día de las estrellas. Día de la ilusión del que cree en lo maravilloso, del que entiende el asombro que hay en aquel dicho japonés: “Cuando una flor nace, el universo entero se hace primavera”.
Cuantos hombres han querido ver a Dios a la luz del sol de mediodía y han quedado deslumbrados, ciegos porque es demasiada luz para que quepa en nuestro entendimiento y necesitamos la mediación de la estrella de la Fe para llegar a Él. A veces decimos que nos falta Fe, lo que nos falta es sencillez y humildad para aceptar a Jesús, verdadero Dios, hecho “pobre débil y pequeño”, como yo.
Entremos en casa de José y María, junto con los Magos y hablemos con el Niño. Digámosle: “Señor, también yo vengo caminando por el desierto de la vida, tratando de seguir la estrella de la Fe, que pierdo con frecuencia; aquí me tienes creyendo en Ti como en mi Dios. No me da vergüenza admitirlo, aunque muchos te nieguen”.
Yo no tengo nada que ofrecerte como estos “Reyes”. Sólo te entrego en propia mano mi carta. Como eres pequeño y no sabes leer te digo lo que he escrito: Te pido que me hagas niño. Niño que se confíe totalmente a su Padre Dios. Niño que crea y espere en Ti sin límites. Niño que pase por el mundo dando cariño y sonrisas, y confiando en que hay todavía bondad en los hombres de buena voluntad.
Agranda la puerta, Padre, porque no puedo pasar. La hiciste para los niños, yo he crecido a mi pesar. Si no me agrandas la puerta, achícame por piedad. Vuélveme a la edad bendita en que vivir es soñar.