martes, 11 de octubre de 2011

29º Ordinario, 16 Octubre 2011

Primera Lectura: del libro del profeta Isaías 45: 1, 4-6
Salmo Responsorial, del salmo 95:  Cantemos la grandeza del Señor.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los tesalonisences 1, 1-5
Aclamación: Iluminen al mundo con la luz del Evangelio reflejada en su vida.
Evangelio: Mateo 22: 15-21.       

La Antífona de entrada hace que nos interroguemos si, en el diario caminar, ponemos las condiciones para que se realice esa causal: “Te invoco porque Tú me respondes”. ¿Al orar, nos sentimos cobijados por el Señor? Si encontramos una respuesta afirmativa, ¡buena señal!, nuestra voluntad va encaminada para que, “quitando toda afección desordenada”, seamos cera moldeable y “le sirvamos de todo corazón.”

Su Palabra, su Gracia, nos ha preparado para reconocerlo como el Único Dios, no desde un monoteísmo estático, sino alerta para admirar y admirarnos de su presencia en nuestro mundo, interno y externo.

Ciro el persa, no lo conocía; sin duda dotado de una naturaleza sensible a las mociones del Espíritu, percibió, sin saberlo, y lo más admirable, actuó como “ungido del Señor a quien ha tomado de la mano”, para ser instrumento de liberación para su pueblo Israel. Lo que Dios dice de Ciro, lo dice de cada ser humano, lo dice de mí: “te llamé por tu nombre, te di título de honor, aunque tú no me conocieras”. ¿No fue Él quien nos llamó a la existencia y nos dio el mejor título: “hijos de Dios”? ¿Ha habido alguien que lo conociera primero? ¿Regresamos “a Dios lo que es de Dios”? ¿Proclamamos, de palabra y de obra, que “Él es el Señor y no hay otro”? Misión que nos engrandece al aceptarla y vivirla en plenitud, “para ser en Ti, como al principio era”. Con esta actitud, ferviente y convencida, cobra toda su fuerza el Salmo: “Cantemos la grandeza del Señor”.

Pablo, en el escrito más antiguo del Nuevo Testamento (hacia el año 51), enaltece el sentido de Iglesia “congregados por Dios Padre y por Jesucristo, el Señor”. Además expresa el camino imperdible para vivir según Dios: “las obras que manifiestan la fe, los trabajos emprendidos por el amor, la perseverancia que da la esperanza. Todo es posible “con la fuerza del Espíritu Santo que produce abundantes frutos”. ¡Sintamos cómo el Señor “nos cuida como a la niña de sus ojos”!

En el Evangelio Jesús enfrenta, con maestría, no podía ser de otra forma, las acechanzas, las envidias, las trampas. Fariseos y herodianos, enemigos entre sí, se alían para “hacerlo caer y poder acusarlo”. Una duda, una ambigüedad de parte de Jesús, y saldrían triunfantes. Un “sí” al tributo al César, lo alinearía entre los colaboracionistas. Un “no”, entre los revolucionarios…, piensan que no tiene salida; pero nunca quisieron entender con Quién trataban.

La frase de Jesús quizá sea de las más conocidas, mas su mirada, su enseñanza van mucho más lejos. La moneda es necesaria para las transacciones pasajeras, la imagen del César en ella, intenta la absolutización de la creatura y la postergación de Dios, (triste gran absurdo que nos envuelve).

¡Vayan, vayamos al interior!, ni condena ni sacraliza las relaciones económicas, sino que las sitúa en el terreno que les corresponde: medio de organización. La claridad reluce; la contextualiación, ubica, la creaturidad, comprende: “A Dios lo que es de Dios”, y como todos somos suyos, nosotros sí que no tenemos salida…