Salmo Responsorial, del salmo 130: Señor,
consérvame en tu paz.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a ls tesalonicenses 2: 7-9, 13
Aclamación: Su
Maestro es uno solo, Cristo,
y su Padre es uno solo, el del cielo, dice el
Señor.Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a ls tesalonicenses 2: 7-9, 13
Evangelio: Mateo 23: 1-12.
“¡Señor, no me
abandones!”, exclamamos en la Antífona de Entrada, porque sabemos que son
muchas las circunstancias externas e internas, que sin Ti, no podremos superar,
y, cada respuesta fallida, esa que se guía por mundanos criterios, por
ambiciones desmedidas, por fatales apariencias, por hipocresías, nos impedirá
realizar la finalidad innata que tenemos todos los humanos: Servirte y
Alabarte, y acabaremos separándonos de Ti y de nosotros mismos,
“sumergidos”, paradójicamente, en la detestable superficialidad de dejar pasar,
de dejar hacer. ¡Cuán apropiada la Oración Colecta para experimentar que, de
verdad, estamos colgados de las manos de nuestro Padre Dios!
Malaquías, aunque lanza
la diatriba directamente al grupo sacerdotal, a los descendientes de Leví,
porque no actúan de acuerdo a la alianza, involucra a todo el pueblo que ha
perdido la conciencia de “filiación divina”, que no vive la fraternidad, que no
reconoce su único origen: “¿Acaso no tenemos todos un mismo Padre? ¿No nos ha
creado un mismo Dios?” Palabras pronunciadas hace 26 siglos y que tienen tal
vigencia que, ojalá, sacudan nuestros interiores y alejen de nosotros la
necesidad de preguntarnos: “¿Por qué nos traicionamos como hermanos?”
Reflexión que haga brotar, con transparencia, la súplica del Salmo: “Señor,
consérvanos en tu paz.” Esa paz dulcificará nuestros ojos, romperá nuestras
ansias de grandeza, nos llenará de tranquilidad y de silencio porque esperamos
en Ti, Dios nuestro.
Jesús prosigue su viaje
hacia Jerusalén, hacia el cumplimiento total de la misión aceptada. Habla a
todos, a las multitudes y a los discípulos y continúa desenmascarando a los
escribas, a los fariseos, a los doctores de la Ley, no los desacredita, son
intérpretes de la Alianza, pero, como eco de Malaquías, les echa en cara lo que
más desdice de un servidor de la Palabra: “Dicen una cosa y hacen otra.”
Realidad que alcanza, no solamente a los sacerdotes, sino, a todo cristiano,
a todo ser humano y, de manera especial, a cuantos detentan autoridad y no la
aprovechan para servir sino para ser servidos. Todos los que buscan –buscamos-
el parecer y no el ser; la alabanza, la reverencia, los títulos, los
privilegios. Todos cuantos, con pasmosa facilidad, enjuiciamos y condenamos,
criticamos en los demás lo que deberíamos corregir primero en nosotros;
quisiéramos cambiar el mundo sin abandonar nuestra esfera de
cristal.
Oremos por todos los
sacerdotes, por todos los dirigentes de los pueblos, por los padres de familia
para que, a ejemplo de San Pablo, sean –seamos- capaces, no sólo de palabra sino
con una acción motivadora y sostenida por el Espíritu, tratar a todos “con
la misma ternura con la que una madre estrecha en su regazo a sus
pequeños.”
Uno es nuestro Padre:
Dios. Uno es nuestro Guía y Maestro: Cristo, y “nosotros todos somos
hermanos.” ¿Queremos reensamblar este “mundo roto”, ¿aquí está la pauta!:
Abrir nuestro encierro y mirar atentamente la realidad del otro. Como dice,
desde su propia experiencia, Ladislaus Boros: “Busqué a Dios y no lo hallé;
busqué mi alma y no la encontré; busqué al hermano y encontré a los tres.”