miércoles, 23 de noviembre de 2011

1º Adviento. 27 Nov. 2011.

Primera Lectura: del libro del profeta Isaías 63: 16-17, 19; 64: 2-7
Salmo Responsorial, del salmo 79:  Señor, muéstranos tu favor y sálvanos.
Segunda Lectura: de la primera carta a los Corintios 1: 3-9
Aclamación: Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación.
Evangelio: Marcos 13: 33-37. 
 
“Los que esperan en Ti, no quedan defraudados”. Iniciamos el Año Litúrgico con el Adviento, con la esperanza renacida, con el anhelo expectante de quien aguarda al Amigo, al Hermano, al Bienhechor, al Salvador.

Adviento, “tiempo fuerte” de reflexión, de reactivación del interior, de discernimiento, de examen de la coherencia entre fe y actos.
Celebrábamos el domingo pasado la fiesta de Cristo Rey y, sin dudar ni poder dudar, todos querremos estar a su derecha en el juicio de las naciones.

La interrogante personal nos confronta: ¿nos hemos preocupado por las obras de misericordia?, ¿lanzamos el corazón por delante, en bien de “los más insignificantes”? ¿Oteamos el horizonte, el definitivo? Una y otra vez el Señor nos recomienda estar despiertos, preparados, porque la imaginación y el deseo nos pueden engañar y hacernos suponer que la “lejanía del Encuentro” es la que querríamos, cuando éste puede estar ya muy cercano. 

Escuchando al profeta Isaías, la humanidad entera y cada uno de nosotros, nos identificamos con el pueblo de Israel: olvidadizos, alejados, pecadores, desagradecidos, malos administradores de nuestra libertad. Que este reconocer no sea estéril, que se convierta en plegaria: “Vuélvete, por amor a tus siervos, que son tu heredad”. En petición filial que manifiesta una disponibilidad tal, que nos dejemos en manos del Padre, para que nos moldee de nuevo, como el alfarero lo hace con el barro maltrecho. 

Como respuesta de su parte, “ya rasgó los cielos y descendió; ya salió a nuestro encuentro para que practiquemos alegremente sus mandatos”. Partió la historia en dos. Realizó lo prometido por todos los profetas, “volvió sus ojos hacia nosotros y nos ha fortalecido”. ¿Va acorde la nuestra?: “Ya no nos alejaremos de Ti, consérvanos la vida y alabaremos tu poder”. 

Si hemos imitado y revivido el actuar de Israel, tomemos mejor el ejemplo de la comunidad de Corinto que, si conmovió el corazón de Pablo, más habrá “conmovido” el Corazón de Dios.

El Apóstol reconoce que toda gracia, toda paz, llegan desde el Padre por medio de Cristo Jesús; y da rienda suelta a su gozo: “Continuamente agradezco a mi Dios los dones divinos que les ha concedido por medio de Cristo Jesús…, enriquecidos en todo lo que se refiere a la palabra y al conocimiento…, Él los hará permanecer irreprochables hasta el día de su advenimiento.”  

¡Qué  cambio de perspectiva! El que había de venir, ¡ya vino!, y…  ¡volverá! Recordando su primer advenimiento, cuando se hizo uno de nosotros, preparamos el segundo, para hacernos como Él, afianzados “en Dios que es quien nos ha llamado a la unión con su Hijo Jesucristo, y Dios es fiel”.   

Colmados de sus dones, conscientes de la encomienda recibida, fortalecidos, ni más ni menos que con la fidelidad de Dios mismo, permaneceremos despiertos, alerta. Y como el amor no duerme, ni siquiera dormita, al oír sus pasos y escuchar su llamada, cualquiera que sea la hora, “saldremos con alegría al Encuentro del Señor”.