Salmo Responsorial, del salmo 22: El
Señor es mi
pastor, nada
me faltará.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los Corintios 15: 20-26, 28
Aclamación: ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Bendito el reino que llega, el reino de nuestro padre David!
Evangelio: Mateo 25: 31-46.
Magnitud del Reinado de
Jesucristo: “poder, riqueza, sabiduría, fuerza, honor, gloria e imperio”,
ponen de manifiesto la victoria conseguida sobre el pecado y la muerte. Siete
reconocimientos (número que denota la perfección total) al Cordero Inmolado
Realización de lo que Él mismo prometió, cumplió y pedimos poder percibir:
“Confíen, Yo he vencido al mundo”. (Jn. 16:33). Victoria que no reluce en
todo su esplendor, no porque Jesús haya dejado de hacer lo que el Padre le había
encomendado, sino porque nosotros tenemos que completar esa misión, y, no
podremos hacerlo si no reina plenamente en cada uno, si aún permanecemos en
la esclavitud, si no nos desvivimos en su servicio y alabanza.
Servicio y alabanza que
se traducen en el fiel seguimiento de sus pasos. ¡Con qué claridad lo expresa
San Ignacio en los Ejercicios!: “El que quiera venir conmigo ha de ser contento
de trabajar como Yo, de velar como Yo, para que siguiéndome en la lucha, me siga
después en la victoria”. Lucha, combate, esfuerzo que convenció a San Pablo:
“Ahora me alegro de poder sufrir por ustedes, y completo en mi carne lo que
falta a los padecimientos de Cristo, para bien de su Cuerpo, que es la Iglesia.”
(1ª Col: 1: 24).
¿De verdad deseamos ese
cambio de mentalidad, esa orientación nueva, ese descubrir lo que está más allá
de los ojos, esa alegría diferente e incomprensible para quienes no han tenido
la oportunidad de conocer a Cristo o no han querido darse tiempo para acercarse
a Él? La invitación persiste, y, aun cuando la sociedad actual lo ignore, no
quiera admitirlo, la desea allá en el fondo, busca con ansiedad entre las
creaturas, sin encontrar respuesta. Nosotros hemos sido inconscientes al dejarla
en el aire, ¿lo seguiremos siendo? Rehusarnos a aceptarla, vivirla y
compartirla, será exponernos a ser tachados de “fementidos caballeros”,
en palabras de Ignacio.
Reino que está en el
mundo, que lo único que quiere es iluminar al mundo, “y que el mundo no
reconoció” (Jn. 1: 10), “pero a cuantos lo recibieron, los hizo capaces
de ser hijos de Dios” (Jn. 1: 12) ¡Ciudadanos del Reino!, ¿activos o
pasivos?, ¿aguerridos o cobardes temerosos e insensibles? No hay vuelta atrás,
ya estamos en camino y “el camino llega por sí mismo hasta su término”. “Voy
hacia Dios en Dios, es mi destino, y Dios hacia mi encuentro avanza, en medio de
los dos, Camino hecho silencio, el Ser de la Palabra”.
Palabra que ha sido
pronunciada y se ha dicho a Sí misma para ser escuchada: “Vengan, benditos de
mi Padre y tomen posesión del Reino preparado para ustedes desde antes de la
creación del mundo…” ¡Presentes ante Dios, antes de ser! Para llegar al ser
que no termina, necesitamos entretejer la trama en los hermanos: “Yo les
aseguro que cuanto hicieron con el más insignificante de mis hermanos, conmigo
lo hicieron.”
El Reino será allá, aquí
comienza. Es la batalla diaria que supera cuanto de egoísmo e indiferencia nos
envuelve; que sólo será posible injertados en Cristo, “primicia de los
muertos y los resucitados” para, junto con Él, someternos al Padre, “y
así Dios será todo en todas las cosas.”
Recordando a San Juan de
la Cruz renovaremos bríos: “Al atardecer de la vida te examinarán del
Amor.”