jueves, 10 de noviembre de 2011

33º Ordinario, 13 noviembre 2011.

Primera Lectura: del libro de los Proverbios 31: 10-13, 19-20, 30-31
Salmo Responsorial, del salmo 127: Dichoso el que teme al Señor.
Segunda Lectura: de la primeta carta del aopstol Pablo a los Tesalonicenses 5: 1-6
Aclamación:  Permanezcan en mí y yo en ustedes, dice el Señor; el que permanece en mí da fruto abundante.
Evangelio: Mateo 25: 14-30.
La Antífona de Entrada evita que surja en nuestra mente una falsa concepción de Dios, de Él no pueden brotar sino “designios de paz; me invocarán y los escucharé, los libraré de toda esclavitud donde quiera que se encuentren.” ¡Cuántas veces hemos considerado que de la Fuente de Bondad no puede manar sino Bondad!
Nuestra respuesta no puede ser otra que la aceptación de sus mandatos, ellos son las mojoneras del camino para que no nos desviemos, para que encontremos la felicidad, la que perdura, la que, solamente, se consigue en el servicio fiel a su voluntad y en la entrega a los hermanos.
El sendero es fácil si estamos llenos de Dios; cuando encontramos piedras, espinas y abrojos, si prestamos atención, percibimos que nosotros mismos las hemos colocado, de nuestras manos ha salido la mala semilla; todavía es tiempo de escardar, de limpiar, de emparejar. ¿Capacidad para ello? Ya el Señor nos la dio de sobra, lo que no sabemos, recordando a las vírgenes descuidadas, es si nos alcanzarán las horas para entregar los frutos, por eso cualquier demora o exceso de confianza, pueden ser decisivos.
El canto de alabanza a la mujer hacendosa, que entona el Libro de los Proverbios, es un preludio a la parábola que utiliza Jesús; el Salmo, como variaciones sobre el mismo tema: “dichosa la que, con manos hábiles, teje lana y lino, que maneja la rueca, que abre las manos al pobre y desvalido”; talentos recibidos para alegrar la vida de los otros.
“Dichoso el hombre que confía en el Señor”. La bendición de arriba será su compañía y la verá, fecunda, con su mujer al lado. Basta abrir los ojos para encontrar a Dios en todas partes, y con Él encontrar la anhelada felicidad .
San Pablo ha dedicado largas, profundas horas al trato con Jesús; de Él ha aprendido lo que ya meditamos: lo incierto de lo cierto, y, de su amor confiado, porque es conocido, deshace las angustias de aquellos que quisieran saber la precisión del tiempo de llegada del Señor de los cielos. ¿Para qué preocuparse del tiempo cuando éste ya no exista? ¡Es ahora el momento de alejar las tinieblas, de espabilar el sueño, de vivir sobriamente y llenarnos de luz!
No es Dios el que se ha ido; Él no sale de viaje. Entrega los talentos y está a la expectativa. Mira cómo nos miramos las manos enriquecidas con sus dones y, más, con su confianza. Oímos, quedamente, lo que su amor pronuncia: “No son ustedes los que me han elegido a Mí, sino que Yo lo elegí para que vayan y den fruto y ese fruto perdure”. (Jn. 15: 16) Lo recibido es para que el Reino crezca. El don ya fue gratuito, para que haya cosecha se necesitan creatividad y esfuerzo. Temor y ociosidad jamás tendrán cabida, y si acaso aparecieran, están ya condenados.
Una doble mirada, a lo que he hecho y hago, pero con los ojos puestos en Aquel que vive de la entrega; siguiendo sus pisadas evitaré “el ser echado fuera”.
¡Confiaste en mí, Señor, y de ti espero responder a esa confianza!