Salmo Responsorial, del salmo 62: Señor,
mi alma tiene sed de ti.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los tesalonicenses 4: 13-18
Aclamación: Estén preparados, porque no saben a qué hora va a venir el Hijo del hombre.
Evangelio: Mateo 25: 1-13.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los tesalonicenses 4: 13-18
Aclamación: Estén preparados, porque no saben a qué hora va a venir el Hijo del hombre.
Evangelio: Mateo 25: 1-13.
¿Cuándo no han llegado
hasta el Señor nuestras plegarias? La respuesta es sencilla: cuando hemos
cerrado labios y corazón. Sin duda nos acordamos de Dios cuando la necesidad nos
aprieta, cuando la tentación ronda incansable, cuando el dolor nos muerde…, es
bueno, pero no suficiente, demuestra que hay fe en nuestro corazón, que sabemos
a quién acudir en el momento en que el camino se vuelve pesado, cuando no
encontramos respuestas en ninguna creatura y menos en nosotros mismos; más
parecería un trato convenenciero que una relación amorosa que en serio dejara
“en sus manos paternales todas nuestras preocupaciones”.
La oración es
plática confiada con el Amigo, con quien conoce nuestras necesidades y aguarda,
deseoso, que las expongamos confiadamente. No es un monólogo inútil; es la
aplicación de la verdadera Sabiduría: el saborear el amor de Dios, el buscarlo
con todas nuestras fuerzas, salir a su encuentro y hallarlo siempre a la puerta
de nuestras vidas. Esa Sabiduría Encarnada no sólo nos espera sino que vino
hasta nosotros: el fruto de ese encuentro conjunta nuestra voluntad con la suya
y el resultado es lanzarnos a la trascendencia, a la plenitud y a la paz, en la
total posesión de nuestro ser en el suyo. Esto es captar la “benevolencia del
Señor”, quiere todo el bien para nosotros; todavía más, coopera, ilumina y
guía nuestras decisiones para lograr y realizar el Proyecto de nuestros
proyectos: ¡Llegar a Él! “La sed será saciada”, “la añoranza, será realidad”,
“la bendición colmada no terminará”, “el júbilo será nuestra túnica, desde los
labios nos cubrirá por completo”.
Ciertamente no ignoramos
“la suerte de los que se duermen en el Señor”. “Jesús, primicia de los
resucitados, nos arrebatará con Él para estar siempre a su lado.”
¿Necesitaríamos alguna consolación mayor? Las palabras están confirmadas por la
vida de Aquel que vino para que tuviéramos Vida.
En el Evangelio Jesús nos
previene, no es ninguna amenaza, nos hace pisar, con firmeza, nuestra realidad
de creaturas: “Estén preparados porque no saben ni el día ni la hora”.
Aceptamos la certeza más de la muerte. Realidad que conmueve, que agita el
interior, que, quizá sin pensar, quisiéramos borrar del futuro y que, a pesar de
todos los esfuerzos, sabemos que está en camino, que nos cruzaremos con ella,
pero no nos vencerá…, pues confiamos en tener “aceite para la lámpara” y
que ésta se encontrará encendida cuando llegue el Esposo y “entraremos al
banquete de bodas”. La seguridad nace de nuestra adhesión a Cristo, quien,
como nos dice San Pablo: “como último enemigo, aniquilará –ya aniquiló
con su muerte- a la muerte.” (1ª Cor. 15: 26)
La oración, la fidelidad,
la cercanía son la previsión para mantenernos encendidos: “Lámpara es tu
palabra para mis pasos, luz en mi sendero.” (Salmo 119 (118)):
105).
“El que consulta a Dios,
recibirá su enseñanza; el que madruga por él, obtendrá respuesta.”
(Eclesiástico 32: 14) San Pedro, con la experiencia viva, nos afianza: “Esta
voz, llegada del cielo…, hacen bien en prestarle atención como a lámpara que
brilla en la obscuridad, hasta que despunte el día y el lucero nazca en sus
corazones”. (2ª Pedro 1: 19). “Quiero estar consciente al preinstante de
verte para poner en Ti el consentimiento y repetirte el ¡sí!
definitivo”.