Salmo Responsorial, del salmo 39: Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los corintios 6: 13-15, 17-20
Aclamación: Hemos encontrado a Cristo, el Mesías. La gracia y la verdad nos han
llegado por él.
Evangelio: Juan 1: 35-42.
El Señor ha venido, se ha
manifestado al pueblo de Israel, más aún, su Epifanía ilumina a todos los
hombres. El esperado, se hace presente en la plenitud de los tiempos. Los que lo
reciben, son llamados “hijos de Dios” e invitan a la tierra entera a que
entone himnos a su gloria. ¿Se unen nuestras voces a este canto?
Si es así, nos mediremos
desde la mirada paternal de Dios y nuestros días transcurrirán en su paz.
¿Qué más desea desear una creatura?
Comenzamos hoy el “ciclo
ordinario”; 34 semanas en que seguiremos, paso a paso, las acciones, los dichos,
la enseñanza, la voz de Jesucristo. Escucharlo, mirarlo y admirarlo,
hará resonar en nosotros su reclamo: ¡Conóceme, acéptame,
sígueme!
La primera lectura es
anuncio, ejemplaridad, obediencia en una fe naciente, verdadero abandono,
disposición para que el Espíritu del Señor halle morada. Tres veces Samuel se
muestra solícito al servicio del sacerdote Elí: “Aquí estoy. ¿Para qué me
llamaste”? Tarde, pero al fin Elí comprende que otra Voz es la que llama y
en su propuesta abre el camino a la oración cristiana: si otra vez te llama,
responde: “Habla, Señor, tu siervo te escucha”. ¡Silencio, interioridad,
atención a las mociones; percibir lo inimaginable: Dios de verdad nos habla!
Para oírlo necesitamos acallar muchas voces que distorsionan la Voz de la
Palabra. “Samuel creció y el Señor estaba con él”. ¡Nacidos para ser
portadores de Dios!
El Salmo acrecienta el
compromiso, si brota desde dentro: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu
voluntad”. Reconocemos creaturidad y filiación: “Lo que deseo: tu ley en
medio de mi corazón”. Dios ya se ha inclinado hacia nosotros y ha puesto el
canto nuevo en nuestros labios; en Cristo aprenderemos la letra y la tonada:
“Aquí estoy”.
Aunque el Señor nos hable
en otras voces, “de su Voz semejanza”, no basta la inactiva paciencia, nos
apremia el salir a su encuentro, soltar las inquietudes, que los pasos persigan
al que Juan señalaba como “El Cordero de Dios”, que la inquietud lo
alcance y los labios pronuncien, titubeantes, la primera pregunta: “¿Dónde
vives, Rabí?” Su respuesta atañe a todo hombre: “Vengan a ver” Y
fueron y hallaron la paz y la amistad,
la verdad que
contagia.
“Escuchar” significa
ponerse a disposición de Dios. “Ver”, no es más que abrir los ojos y responder
con fe. “Ir”, es salir de nosotros, dejar el territorio y encaminar la vida
hacia donde el Señor quiere. “Seguir”, denota esfuerzo, peregrinar renunciando
al propio mapa. “Quedarse” con Jesús es estar en comunión con Él, pedir y
permitir la transformación en discípulo para que Él viva en nosotros y su
Espíritu nos convierta en ecos creíbles de la Buena Nueva, “miembros vivos de
su Cuerpo y Templos del Espíritu para glorificar a Dios con todo nuestro
ser.”