Primera Lectura: del libro de Job 7: 1-4, 6-7
Salmo
Resposorial, del salmo 146: Alabemos
al Señor, nuestro Dios.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los corintios 9: 16-19, 22-23
Aclamación: Cristo hizo suyas
nuestras debilidades y cargó con nuestros dolores.
Evangelio: Marcos 1: 29-39.
Desde esta realidad concreta, en muchos aspectos desconcertante, donde
brotan la interrogación y el sufrimiento, con una fe que todo lo supera,
hagamos como la Antífona de entrada nos invita: “Entremos y adoremos
de rodillas al Señor, creador nuestro, porque
Él es nuestro Dios.” En Él están nuestra esperanza y
nuestra fuerza; si buscamos solamente en nosotros la salida, entraremos
a un callejón obscuro.
¿Qué vemos en el mundo, en nuestro México, en la región que
habitamos?: Violencia, fraternidad quebrada, brújulas locas. Esta experiencia
que golpea el interior inerme, nos fuerza, al palpar esta niebla, a
orar con fervor a nuestro Padre: “Que tu amor incansable nos cuide
y nos proteja, porque hemos puesto en Ti, nuestra esperanza.”
De ninguna manera es tomar el camino fácil, no es pasotismo que se
desentiende; es todo lo contrario, ya que confiamos “en el amor
incansable de nuestro Creador”, aceptamos, con ello, el compromiso
de caminar a su lado, de mirar a hombres y criaturas, como Él los mira:
de ser, todos los días, cristianos nuevos que sienten, como Pablo,
el ansia de la vida verdadera, la que tiene por carril a Jesucristo:
“¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!”
Sabemos que no basta la palabra, no basta con gritar a voz en cuello
que Cristo vive y que nos aguarda. Para reunir las piezas y ayudar a
los hombres a rehacerse, es preciso “hacerse todo a todos a fin
de ganarlos a todos”. Debilidad con debilidad es fortaleza por
ser de donde viene. ¡Qué luz esplendorosa brillaría del ser de cada
uno, si el faro que alumbrara cada paso fuera este!: “¡Todo lo
hago por el Evangelio!” La recompensa viene por sí sola: Estar
injertados en Cristo, para siempre.
El realismo de Job nos atenaza, el hombre justo que tiene al sufrimiento
como “compañero inseparable de jornadas”; el hombre que se pinta
y nos pinta en la ardua batalla, que no encuentra sosiego, que cuenta
los meses de infortunio y las horas de la noche, una a una, aguardando
las luces de la aurora: “¿Cuándo será de día?”
Parecería que la dicha hubiera huido de sus ojos y la esperanza desaparecida;
pero no flaquea, la fe en Dios va hasta el extremo del soplo de la vida:
“Sé que mi Redentor vive y que con estos ojos, no los de otro,
yo mismo lo veré.” (19: 17) ¡La resurrección está presente!
Marcos, después de haber mostrado la autoridad de Jesús como Maestro
y dejado en claro que ha venido a combatir al maligno, ahora, en una
especie de “sumario”, un tanto hiperbólico, nos deja ver otra faceta:
la de taumaturgo. Dios, en Jesús, está de nuestro lado para luchar
contra el mal y el sufrimiento: primero una acción familiar: cura a
la suegra de Pedro y ésta, de inmediato “se puso a servirles”,
¡gratitud activa! Luego “el pueblo que se apiña” y regresa
a casa alborozado, limpio de demonios y de males.
Después
el Señor desaparece: “salió y se fue a un lugar solitario, donde
se puso a orar.” ¡Lección que profundiza! Para anunciar la Buena
Nueva: imprescindible el contacto con el Padre. ¿Captamos el camino
de la cura de todos nuestros males? Jesús, en el silencio, se refuerza:
“No hablo por mí mismo, lo que he escuchado del Padre es lo que digo”
(Jn. 12: 49). Nuestra misión se nutre de la escucha de Aquel que sigue
hablando y si le hacemos caso, partiremos con Cristo a “predicar
el Evangelio a todo el mundo.”