miércoles, 25 de abril de 2012

4° de Pascua, 29 abril, 2012.

Primera Lectura: del libro de los Hechos de los Apóstoles: 4: 8-12
Salmo Responsorial, del salmo 117: La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular. 
Segunda Lectura: de la priemera carta del apóstol Juan 3: -2
Aclamación: Yo soy el buen pastor, dice el Señor; yo conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí.
Evangelio: Juan 10: 11-18.
Deben de persistir el gozo y la alabanza al Señor, la maravilla de su amor llena toda la tierra y en ella, nuestros corazones. Su “poder” no aterra sino que tranquiliza, pacifica; no es el poder del “mundo”, sino el poder del amor el que lo precede, lo guía y nos guía a la cercanía, a la unión, al Reino, a la plenitud del Espíritu.

Reencontramos esa plenitud del Espíritu, como fuente de vida en el caminar audaz y decidido de la primitiva Comunidad cristiana, y hoy, concretamente, en Pedro quien culmina su profesión de fe en Jesucristo. Clarifica, sin apropiarse lo que es del Señor; ha curado al paralítico en el nombre de Aquel que es “la piedra angular, el desechado, el crucificado”, Jesús “resucitado de entre los muertos”, en cuyo nombre, y sólo en Él, encontramos todos la salvación. Sabe Pedro, deduce, por las miradas que lo cercan, cuál puede ser el desenlace; pero no se arredra. Casi de inmediato vendrán las amenazas, los azotes, pero todo lo envuelve en el gozo de poder participar en los padecimientos de Cristo. ¡Cómo se acordaría de las palabras del Maestro: “La verdad los hará libres”! La Verdad que incomoda, revuelve, trastoca los “valores del mundo” cómodamente aceptados, y pide la apertura, la conversión. No hay otro camino que el de Cristo.

De nuevo bullen en nuestro interior, sentimientos encontrados: ¿fe y confianza, lucidez para proclamar la Verdad?, o ¿temor al cambio, miedo a las consecuencias, preferencia por la posición adquirida que pensamos nos asegura en el “tener”, pero que impide nuestro correr hacia el “ser”? Tenemos mucho para reflexionar personal, familiar, comunitaria y socialmente; discernir para decidir. El Salmo nos anima: “Te damos gracias, Señor, porque eres Bueno, porque tu misericordia es eterna. Más vale refugiarse en el Señor que poner en los hombres la confianza”. Ni estamos solos ni luchamos por una utopía; el Señor nos precede, ¿le creemos?

¿Deseamos más luz? San Juan la enciende: “Miren cuánto amor nos ha tenido el Padre, pues no sólo nos llamamos hijos de Dios, sino que lo somos”. ¿Nos considera “el mundo” como suyos? Entonces no reflejamos la imagen del Hijo rechazado; nuestras obras no van conforme al Reino, no hacen ruido que despierte y que avive las conciencias, ni siquiera las nuestras. Ese no es el camino para encontrarnos con el Señor “cara a cara, ni ser semejantes a Él”. Quedarnos contemplando nuestra debilidad, a nada nos conduce; la Gracia y el tiempo están de nuestro lado, ¡partamos decididos!

Jesús, el Buen Pastor, jamás detuvo el paso; ni siquiera ante la misma muerte; siguió  siempre adelante, no descuida a ninguno, quiere acoger a todos, no cesa de llamarnos. Él sabe dónde están las aguas cristalinas y el abundante pasto, el banquete exquisito y la paz duradera, el sendero seguro y el triunfo sobre el lobo.

Lo sabe todo porque ha escuchado al Padre; reconoce su voz y nos la entrega. La verdad, suena “triste”: “Doy la vida por mis ovejas” ¡y hay tantas sordas, porque hay muchas otras vocees que las aturden y les impiden percibir la que dice cariño, seguridad y paz y vida eterna!

Su súplica-deseo: “a todas las dispersas es necesario que las traiga para que haya un solo rebaño y un  solo Pastor”, tiene que resonarnos hasta el fondo y, desde ahí, confiados en su voz hecha Palabra, nos atrevamos a decirle: ¡Escuché tu llamada, aquí estoy, Señor, quiero seguirte!