Primera Lectura: del profeta Sofonías 3: 14-18
Salmo Responsorial, del salmo 12: El Señor es mi Dios y salvador.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los filipenses 4: 4-7
Salmo Responsorial, del salmo 12: El Señor es mi Dios y salvador.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los filipenses 4: 4-7
Aclamación: El Espíritu del Señor está sobre mí.
Me ha enviado para anunciar la buena nueva a los pobres.
Evangelio: Lucas 3: 10-18.
“¡Estén siempre alegres en el Señor!” No debe
extrañarnos que en tiempo de Adviento, tiempo de penitencia y purificación,
la liturgia insista en el Alegría y en la alegría plena, rebosante,
llena de esperanza; no necesitamos adivinar, la causa de esa alegría
es porque “El
Señor está cerca”.
El hombre es
ser de fiestas, de aniversarios. ¡Con qué cuidado prepara el nacimiento
del nuevo ser, el bautismo, la primera comunión, los 15 años de las
hijas, los cumpleaños, y más aún, las bodas! El gozo de la convivencia,
la ocasión de ver a amigos y parientes que están lejos y a quienes
la fiesta reúne; la charla, las anécdotas, las sorpresas al ver crecidos
a aquellos que se habían quedado pequeños en la imagen y que ahora
la corrigen con su estatura, su voz grave, la nueva chispa que relumbra
en los ojos, y la esperanza. Aquellas niñas, ahora convertidas en jovencitas
apenas reconocibles. Alegría por el reencuentro de corazones que vuelven
a latir al unísono y que renuevan la promesa de no dejarse en el olvido.
Todos hemos vivido con intensidad esos momentos, quisiéramos que perduraran
pero nos damos cuenta de que, probablemente, tendremos que esperar hasta
otra fiesta para vernos…
El profeta Sofonías
hace que bajemos a la realidad y no nos quedemos en los tristes e inútiles
“hubiera”: “Da gritos de júbilo, gózate, regocíjate de corazón…”,
no se trata de una fiesta que dura un día, es una fiesta que te renueva
desde dentro, te ves, Israel, y nos vemos nosotros, en el destierro,
esto ya terminó: “El Señor ha levantado la sentencia, no temas, que no desfallezcan
tus manos, el Señor está en medio de ti.” ¿Puede haber
una alegría más profunda y duradera que sentirnos en paz, en posesión
del Señor? Dejemos que nos envuelva no las palabras, sino la realidad
expresada: “Él
te ama y se llenará de júbilo por tu causa, como en los días de fiesta”.
Puedo y quiero ser causa de que Dios se alegre. Espero que no seamos
capaces de robárselo. Liberador y liberados participamos del mismo
gozo.
Preparamos un
Aniversario más de la expresión del inabarcable amor de Dios
hacia nosotros. Como inició la Misa con la antífona de entrada, ahora
Pablo nos exhorta a estar siempre “Alegres en el Señor”, y lo reitera para que sintamos
cómo esa alegría nos invade, “se lo repito, ¡alégrense!” Todo aquel que está alegre,
contagia esa actitud porque le desborda por la sonrisa, por la cara
de felicidad, por la irradiación entera de su ser, y en esa benevolencia
abraza a todos. Alegres por la gratuidad del don de la paz que sobrepasa
toda inteligencia, porque viene de la experiencia de Dios.
Comprendemos, en la
respuesta de Juan Bautista a quienes le preguntan: “¿Qué debemos hacer?”, la imprescindible proyección
de nuestros actos como fruto de haber decidido enfrentarnos a nuestra
verdad. No nos pide aislarnos en el desierto, ni alimentarnos de saltamontes
y miel silvestre, ni vestirnos con túnica de pelo de camello, para
preparar la venida del Señor, simplemente que no nos aprovechemos de
nadie, que no engañemos, que participemos de lo que tenemos, que no
abusemos del poder y de la fuerza, que nos abramos a la solidaridad.
La sencillez y claridad con que lo dice, aplaca nuestra inútil palabrería,
y nos encamina al verdadero bautismo del Espíritu Santo y del fuego
que ya nos trajo Jesús en su venida. Juan mirando a un futuro cercano,
nos hace considerar un pasado perenne que permanece en presente y nos
lanza al futuro definitivo, el trascendente.