Primera Lectura: del libro del profeta Miqueas 5: 1-4
Salmo
Responsorial, del salmo 79: Señor, muéstranos tu favor
y sálvanos.
Segunda Lectura: de la carta a los Hebreos 10: 5-10
Aclamación: Yo soy la esclava
del Señor; que se cumpla en mí lo que me has dicho.
Evangelio: Lucas1: 39-45.
María es el
mejor ejemplo para prepararnos a la venida del Señor; Ella resume lo
que tanto hace falta en el mundo de hoy: el sentido, el proceso y la
realización de las relaciones interpersonales, principalmente con el
Padre, con Jesús, con el Espíritu Santo y entre nosotros.
María enseñó
a Jesús a orar, a buscar y aceptar, como Ella, la voluntad del Padre,
a abrirse al misterio de la acción del Espíritu, a descubrir a Dios
en el servicio a los demás, a ser puente que expandiera la presencia
vivificadora del Espíritu.
Con precisión
le aplicamos las palabras de Isaías que hemos escuchado en la antífona
de entrada: “Destilen,
cielos, el rocío, y que las nubes lluevan al justo, que se abra la
tierra y haga germinar al Salvador”. ¡María, desde
tu perturbado silencio ante el anuncio del ángel, desde lo incomprensible
para la razón humana, desde la conciencia de tu pequeñez engrandecida,
enséñanos a dar el paso que tanto trabajo nos cuesta: “¡Hágase en mí según tu palabra!” ¿De quién sino
de ti, pudo aprender Jesús lo que transformó en Vida durante su vida?: “Aquí estoy, Dios
mío, vengo para hacer tu voluntad”. Relación filial con el
Padre, como lo fue la tuya, desde el principio hasta el fin; en medio
de obscuridades, incomprensiones, enjuiciamientos y sinsabores; desde
el gozo de dar a luz al que es la Luz y no quedar enceguecida, de sostenerlo,
apagado, en tu regazo, hasta volverlo a ver, sin duda, la primera, como
una nueva luz, Resucitado, y verte, poco tiempo después, glorificada.
En Jesús, en unidad perfecta con el Padre, -misterio que nos rompe-,
la decisión de venir y ser como nosotros, de seguir nuestros pasos,
paso a paso, y, sin detenerse ante la muerte, revelarnos con su muerte
la Vida verdadera: ¡Esto es cumplir, sin desviaciones, la Voluntad
del Padre!
En Él y en ti,
María, descubrimos que el Espíritu actúa incansable, que está presente
y que se irradia y contagia, -porque así es su manera-, desde los corazones
que se abrieron una vez a su impulso y jamás se cerraron.
¡Cómo aprendió
Jesús, aun antes de nacer, que el amor es servicio y encuentro consumado!
Te acompañó en el viaje y engrandeció a Juan, desde tu seno;
revistió a Isabel con el Espíritu y a través de esos labios,
te proclamó dichosa. ¡Adviento venturoso que adelanta los frutos!
Te pedimos, María,
sin ser irreverentes, que aprendamos de ti, que lo viviste intensamente,
aquello que el zorro enseñaba al Principito: “Tú eres por los lazos que has creado”. ¡Que hondos lazos
irrompibles ante el deseo del Padre; profunda convivencia con el Verbo
Encarnado, que naciendo de ti, te hace Madre de todos; contemplación
que por nada se interrumpe con el Dador de Vida. Lazos peregrinos que
se van alargando con la historia, desde aquella, tu primera visita a
Isabel, en busca de los otros; lazos que se prodigan, incesantes, en
tus apariciones, en tus voces que insisten en el amor que abraza, en
la oración confiada, en el gozo de sabernos, de verdad, hijos tuyos.
¡Enlázanos, Señora, de tal forma que no queramos seguir otros caminos,
y como tú, nos aprestemos a recibir a Cristo y a compartir, como Él,
con los hermanos, todo lo recibido!