Salmo Responsorial, del salmo 83
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Juan 3: 1-2, 21-24
Evangelio: Lc. 2: 41-52.
Día de la Familia Cristiana, día que nos invita a confrontar
los criterios de educación que, constatamos, contradicen los ejemplos
de sencillez, acompañamiento, servicio y dedicación a lo cotidiano
en bien de la armonía, la comprensión y el verdadero amor, vividos
en Nazaret por Jesús, María y José.
No se trata
de idealizar, de forma abstracta, los valores de la familia; ni siquiera
de intentar seguir el modo de vida de la Sagrada Familia. Los tiempos
y las épocas cambiantes, piden ahondar en el proyecto familiar entendido
y vivido desde el espíritu de Jesús; conforme a ese espíritu surge
la exigencia de cuestionar y aun transformar esquemas y costumbres que,
quizá, estén arraigados en nuestras familias. El reto es encontrar
los modos, para que Dios esté presente en la más pequeña pero verdadera
Iglesia.
Ana, madre
de Samuel, ha orado para que el Señor le conceda un hijo; no guarda
el gozo para sí misma, acabado el tiempo de la lactancia, va al templo
y lo “entrega”, “lo ofrece para que quede consagrado de por vida
al Señor”. Sin duda no es necesario “ofrecer a todos para que vivan
en el Templo”, pero sí, hacernos y hacer conscientes a los hijos
de que están, de que estamos, ya consagrados “al servicio de Dios”;
de que existe una gran Familia, la humanidad entera, cada ser humano
en concreto, que participa de la filiación divina, fruto “del amor que nos ha tenido el Padre”. El deseo de cualquier
padre es ver crecer a sus hijos en los valores que perduran, en los
que encaminan, no a una identificación impuesta, sino a una realización
aceptada, por reflejo y convicción, para que sepan discernir y elegir
lo que erige al ser humano en una persona digna y confiable. Dios no
impone, propone y respeta la decisión personal; pero ¡cuánta luz,
tiempo de silencio, oración, guía, espejo, son necesarios para captar
y realizar el proyecto de Dios para cada uno de ellos, para mí y cada
uno de nosotros!
Jesús
no es “un muchacho rebelde”, sencillamente enseña los modos y caminos;
sin duda sabe que causará dolor y angustia en María y José; pero
hay Alguien que está por sobre los lazos de la sangre: el Padre, realidad
que ellos comprenderán mucho más tarde.
Jesús
los ha abandonado sin avisar; María y José, después de tres días
de búsqueda, lo encuentran en el Templo. El reproche es dulce pero
verdadero: “Hijo
mío, ¿por qué te has portado así con nosotros? Tu padre y yo te
hemos estado buscando llenos de angustia”. La respuesta es
inesperada: “¿Por
qué me buscaban, no sabían que debo ocuparme en las cosas de mi Padre?”
Igual que nosotros, “ellos no entendieron”. Ante lo incomprensible, sigamos
el ejemplo de María “que conservaba todas estas cosas en su corazón”.
No ha iniciado
Jesús la brecha generacional, ha iluminado la meta, no rompe los lazos
familiares, los abre a toda la familia humana; primero está la solidaridad
social más fraterna, justa y solidaria, tal como lo quiere el Padre.
Regresa a Nazaret “y siguió sujeto a su autoridad”. El Niño, ser humano
como nosotros, “crecía en edad, sabiduría y gracia delante de Dios y delante
de los hombres”. ¡Que Él conceda a todo niño, a todo joven,
a todo adulto, seguir creciendo “hasta que seamos semejantes a él”.