Salmo Responsorial, del salmo 95
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a Tito 2: 11-14
Evangelio: Lc. 2: 1-14.
¡El tiempo se ha cumplido! “Tú eres mi Hijo, hoy te engendré Yo”. Luz, Vida, Esperanza,
Camino, Verdad, Paz, Guía y podríamos continuar sin parar, enumerando
los atributos-realidades que no son de Cristo, son Cristo mismo.
La humanidad
entera está hambrienta de luz y de verdad, de fraternidad, de gozo,
paz y serenidad; ¿dónde encontrarla en medio de las tinieblas?
El misterio del
hombre empezará a esclarecerse cuando aceptemos el misterio de Dios
hecho Hombre que esta noche se nos hace patente y nos invita a recorrer
el camino de regreso a la gloria del Padre; entonces dejaremos de ser
misterio para nosotros al dejarnos inundar de la luz del misterio de
Dios.
“El que poco siembra, poco cosecha, el que mucho siembra, cosecha
mucho” (2ª. Cor. 9: 6), y para repartir el botín, debemos
luchar y vencer. El Señor nos da semilla abundante, nos provee de armas
para la lucha
“que no es contra hombres de carne y hueso, sino contra las estratagemas
del diablo, contra los jefes que dominan las tinieblas, contra las fuerzas
espirituales del mal”. Revistámonos con ellas: “el cinturón de la verdad, la coraza de la honradez, bien calzados
y dispuestos a dar la noticia de la paz, embrazado el escudo de la fe
que nos permitirá apagar las flechas incendiarias del enemigo; el casco
de salvación y la espada del Espíritu, es decir la Palabra de Dios”
(Ef. 6: 12-17), solamente así conseguiremos que su Humanidad engrandezca
la nuestra.
¡La realidad
supera nuestra imaginación: un Niño “ha quebrantado el yugo que nos esclavizaba”! Una vez libres,
es absurdo regresar a las ataduras. Pidamos tener oídos abiertos para
escuchar al “Consejero
admirable, a Dios poderoso, al Padre amoroso, al Príncipe”
que viene a reinar “en la justicia y el derecho para siempre”; ofrezcámosle
la interioridad de nuestro ser, que ahí comience a reinar.
Hoy todo es canto,
proclamación, alegría y regocijo porque “nos ha nacido el Salvador”. Viene el que ES la Gracia,
con Él aprenderemos a vivir religados a Dios, renunciando a los deseos
mundanos; aceptaremos ser sobrios, justos y fieles, y a practicar el
bien. No hay excusa para actuar de otra forma.
Intentemos, como
invita San Ignacio en la contemplación del Nacimiento, volvernos “esclavitos
indignos” y extáticos miremos a las personas, escuchemos sus palabras,
rumiemos en nuestros corazones la grandiosidad en la pequeñez, el incomprensible
silencio de
“Aquel por quien fueron hechas todas las cosas, y sin Él nada existiría
de cuanto existe”. (Jn.1: 3). Que llegue, con toda su fuerza,
y rompa las ansias locas de tenernos sin tenerlo a Él. ¿Comprendemos,
en verdad,
que” siendo
rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza?” (2ª. Cor. 8: 9-10)
No podemos menos
de unirnos al coro de todo el universo para entonar el Himno de la Gloria,
de la Alegría, de la Paz porque Dios en su Hijo Jesucristo, hermano
nuestro, ha rehecho nuestros corazones, nuestros ideales y orientado
hacia Él nuestras vidas.