Primera Lectura:
del libro de los Hechos de los Apóstoles 10: 34, 37-43;
Salmo Responsorial,
del salmo 117: Este es el día del triunfo
del Señor
Segunda Lectura:
de la carta del apóstol Pablo a los colosenses 3: 1-4
Aclamación:
Cristo,
nuestro cordero pascual, ha sido inmolado; celebremos, pues, la Pascua
Evangelio:
Juan 20: 1-9.
La
Resurrección de Cristo no es un hecho “histórico”; sin dejar de ser real es
algo “metahistórico”, que va más allá de la realidad física; nadie
hubiera podido fotografiar el momento. De hecho los Evangelios no narran la
Resurrección, ¡nadie la vio!, pero ¡con qué viveza nos comparten su experiencia
de que “Jesús está vivo!”.
No
fue una vuelta a la vida, no fue la reanimación de un cadáver, es la pasmosa
realidad de un paso adelante, un paso hacia “otra forma de vida”, la de Dios.
Nuestra
fe en la Resurrección no es un “mito”, como puede acontecer en otras
religiones. Es la fe en Alguien, es la Fe en una Persona, en Jesús que se
entregó a la muerte por nosotros, y Resucitó.
La
“Buena Nueva de la Resurrección”, fue algo conflictivo. La lectura de Hechos
suscita cierta extrañeza, ¿Por qué la noticia de la Resurrección tuvo como
respuesta la ira y la persecución por parte de los judíos? Noticias de
resurrecciones eran más frecuentes en aquellos tiempos. A nadie hubiera tenido
que ofender la noticia de que alguien hubiera tenido la suerte de ser
resucitado por Dios; pero la de Jesús fue tomada con gran agresividad por las
autoridades judías.
Nos
hace pensar ¿por qué nadie se irrita hoy ante la noticia de la Resurrección?
Quizá el anuncio provoque indiferencia. ¿Será que no comunicamos la misma
Resurrección?
Leyendo
atentamente los Hechos, nos damos cuenta que el anuncio que hacían los
Apóstoles ya era polémico: era la Resurrección “de ese Jesús que ustedes
crucificaron”, no hablaban de un abstracto; ni se referían a un
cualquiera que hubiera traspasado las puertas de la muerte.
El
Crucificado es el Resucitado, Aquel a quien las autoridades habían rechazado y
condenado. Cuando Jesús fue ajusticiado, se encontró solo; sus discípulos
huyeron, el Padre guardó silencio como si también lo hubiera abandonado. Los
discípulos se dispersaron como queriendo olvidar. Pero ocurrió algo nuevo, una
experiencia que se impuso: sintieron que estaba vivo. Certeza extraña de
que Dios sacaba la cara por Jesús, lo reivindicaba: la muerte no ha podido con
Él. "¿Dónde está muerte, tu victoria?"
Dios
lo ha resucitado confirmando la veracidad de su vida y su doctrina, de su
Palabra y de su causa. Jesús tenía razón, Dios lo respalda. Esto
irritó a los judíos; Jesús ya se había encarado varias veces con
ellos, ahora les molesta más el que ¡esté vivo! No pueden
tolerar que siga presente su Causa, su proyecto, su utopía, su Buena Noticia,
que tan peligrosa habían considerado. Intolerable que Dios estuviera de parte
del condenado y excomulgado. Ciertamente los judíos, los sacerdotes creían en
Dios, pero no en el que los discípulos habían recibido como revelación
de Jesús y lo reconocían en esa experiencia de sentir a Jesús resucitado.
Los
discípulos descubrieron que Jesús es el “rostro” de Dios, que era y ES el Hijo,
el Señor, el Camino, la Verdad y la Vida y ya no podían sino confesarlo, proseguir
su Causa obedeciendo más al Señor que a los hombres.
Creer
en la Resurrección no era simplemente la afirmación de un hecho “físico”, ni de
una verdad teórica y abstracta, sino la validez suprema de la Causa del Reino
que expresa el valor fundamental de toda vida.
Si
nuestra Fe reproduce la Fe de Jesús: su vida, su opción ante la historia, su
actitud ante los pobres y ante los poderosos, debería de ser tan conflictiva
como la suya, como lo fue la predicación de los apóstoles hasta enfrentar la
muerte misma.
Lo
importante es creer como Jesús, no tener fe en Jesús sino tener la fe de Jesús.
Necesitamos redescubrir y hacer patente al Jesús histórico y el profundo
significado de la fe en la Resurrección.
Creyendo
con esta fe de Jesús, las “cosas de arriba” y las de la tierra no son
direcciones opuestas. “Las de arriba” son las de la tierra nueva que está
injertada aquí abajo. Hacerla nacer en el doloroso parto de la Historia, pero
ya sabemos que no será fruto de nuestra planificación sino de la unión y don
gratuito de Aquel de quien todo viene.
Buscar
“las cosas de arriba” no es esperar pasivamente a que llegue la escatología,
que ya llegó en la Resurrección de Jesús, sino en hacer realidad en nuestro
mundo el Reinado del Resucitado y de su Causa: Reino de Vida, de Justicia, de
Amor y de Paz.