Primera
Lectura: del libro
de los Hechos de los Apóstoles 14: 21-27
Salmo
Responsorial, del
salmo 144: Bendeciré al Señor eternamente. Aleluya
Segunda
Lectura: de libro
del Apocalipsis del apóstol Juan 21: 1-5
Aclamación: Les doy un mandamiento nuevo, dice el Señor,
que se amen los unos a los otros, como yo los he amado
Evangelio: Juan 13: 31-35.
La alegría de la Pascua, nacida y
alimentada por la fe en Cristo Resucitado, tiene un dinamismo muy especial: nos
ha devuelto la mirada hacia el Padre, la que de parte de Él nunca se había
perdido y nos reabre primero el horizonte de la Esperanza, luego el del
profundo gozo de sentirnos libres al aceptarnos creaturas e hijos, y, como
corona, la herencia eterna.
Una Fe que va creciendo por la
conciencia de pertenecer al Padre, por la admiración de cuanto ha hecho y
prosigue haciendo por nosotros, nos acerca a una especial sensación de Dios; y
al sentirnos protegidos por su Paternidad, no podemos menos que experimentar
que nos ama, que nos quiere, que se preocupa por nosotros. Lo sabemos, lo
aceptamos, un tanto intelectualmente, por eso le pedimos que esa sensación nos
abrace por completo, nos envuelva, nos eleve, nos guíe para responder como
verdaderos hijos.
Este estar transidos de Dios lo
vivieron los Apóstoles y los integrantes de la Primitiva Comunidad Cristiana,
Pablo y Bernabé; es un ir y venir, partir y regresar, reanimar y comunicar lo
que les llena el corazón: “perseverar en la fe”; actitud que marca los
pasos previos a la alegría pascual; el engaño jamás podrá venir del Señor, de
su mensaje, de su ejemplo, por eso recalca el par de apóstoles: “hay que
pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios”. Ninguna
mayor de las que pasó Cristo para abrirnos el camino hasta el Padre. No dejemos
que la imaginación nos torture; la capacidad de crecer y perseverar, vienen con
Cristo. Sólido apoyo encontramos en la Carta a los Romanos: “Sostengo que
los sufrimientos del tiempo presente son cosa de nada comparados con la gloria
que va a revelarse reflejada en nosotros” (8: 18). Impulso para compartir
con la familia, con la comunidad, con los amigos, siguiendo el ejemplo que
acabamos de escuchar: “reunieron a la comunidad y les contaron lo que había
hecho Dios por medio de ellos”; ¡A cuántos podríamos abrirles las puertas
de la fe!
La creatividad de Dios siempre
está en acción, Él no está supeditado al tiempo, somos nosotros los
que concebimos ese “antes” y “después”, pero no así la realidad del
Señor: “un cielo nuevo, una tierra nueva, una nueva Jerusalén, engalanada
como una novia”; Dios siempre nuevo, el Dios siempre Mayor, el que ya nos
ha “Bendecido eternamente” y espera que esta bendición rinda sus frutos
si nosotros no se lo impedimos. “Esta es la morada de Dios con los hombres,
vivirá con ellos y serán su pueblo”… Así lo vivieron los místicos, y a eso
estamos llamados, a percibir hondamente la sensación de Dios hasta exclamar: “¡Sólo
Dios basta!”.
El Evangelio de hoy es breve pero
muy rico en contenido y cometido. Jesús acaba de realizar el Lavatorio de los
pies; se queda con los once discípulos y manifiesta todo su interior (¿habrán
comprendido?, ¿comprendemos ahora?); se acerca la hora final, la de la
glorificación, no en el sentido mundano, sino en el que complace a Dios en la
entrega sin límites, para decirlo sin rodeos, en la muerte; Jesús con el
corazón conmovido, les advierte que no pueden seguirlo de inmediato y como
inicio de un precioso discurso de despedida, les deja y nos deja “ese
mandamiento siempre nuevo”, que en esos instantes parece relucir con toda
intensidad porque baja al concreto que tienen y tenemos enfrente: “Ámense
los unos a los otros, - no de cualquier manera, no como a cada quien se le
ocurra -, sino, como Yo los he amado”.
¿Buscamos el signo del ser del
cristiano?, aquí está: “En esto reconocerán que son mis discípulos: en que
se aman los unos a los otros”.
Comunidad de amigos, que promueve lo
que une, que cultiva la igualdad y la reciprocidad, el apoyo mutuo, donde nadie
está por encima de nadie, donde se respetan las diferencias pero se cuida la
cercanía y la relación.
Pensemos por último: de una
comunidad de verdaderos amigos es difícil marcharse; de una comunidad fría,
rutinaria e indiferente, la gente se va, y los que se quedan, apenas lo
sienten.
Jesús nos invita a formar la
primera, imitando lo que Él mismo hizo, ¿lo aceptamos en la realidad de la vida
práctica?... al menos intentémoslo.