Primera
Lectura: del libro
de los Proverbios 8: 2-31
Salmo
Responsorial, del
salmo 8: ¡Qué admirable, Señor, es tu
poder!
Segunda
Lectura: de la
carta del apóstol Pablo a los romanos 5: 1-5
Aclamación: El Espíritu recibirá de mí lo que
les vaya comunicando a ustedes.
Evangelio: Juan 16: 12-15.
Si nuestro cristianismo no es
Trinitario, no es cristianismo. Vivimos haciendo referencia a la gran
revelación que nos trajo Jesucristo: Dios es familia, Dios es comunicación,
Dios es interacción desde su misma esencia. ¿Cómo podríamos haberlo sabido los
hombres?
La racionalidad con que Dios nos
dotó, la capacidad de asombro ante las maravillas de la creación, pero desde la
conciencia de nuestra propia pequeñez, ha buscado, en todas las latitudes, la
relación con Aquel, Alguien que está más allá de nosotros, que todo
lo sobrepasa y a Quien los hombres hemos llenado de nombres, los más variados y
aun absurdos. La imaginación ha intentado describirlo, pintarlo o esculpirlo,
siempre alejada de la realidad inabarcable, pero tratando de proyectar la
inquietud que acompaña a todo ser humano. Quizá la más cercana, la de “Un
primer Motor del mundo”, “La Causa incausada”, parece que la aquieta con
el logro, mas se queda en una abstracción que nada dice, la lejanía crece y la
relación personal con “una idea”, la deja fría e incapaz de ligar un
compromiso. “Si los leones pudieran pintar un “dios”, pintarían un león”, nos
dice Jenófanes. ¿Quién eres, Señor, cómo eres? La respuesta sería otra idea y,
continúo con Agustín, “cualquier imagen que tengas de Dios, ese, no es Dios”.
Entonces, ¿cómo saberte?
“Lo que es imposible para los
hombres, es posible para Dios”;
es Él quien se nos revela, quien nos busca y se nos da a conocer. De la misma
manera que la descripción física de una persona sólo nos proporciona una serie
de datos, pero nos deja en la ignorancia de su interior hasta que no entablemos
una relación profunda, igual es con Dios: “Nadie conoce mejor el interior
del hombre que el espíritu del hombre que está en el hombre; nadie conoce mejor
el interior de Dios que el Espíritu de Dios que es Dios”. (1ª. Cor. 2: 11)
Ese Espíritu que es la Vida de Dios, ese Espíritu prometido y enviado por
Jesús, ese Espíritu que está en Jesús es el que nos descubre Quién es Dios.
Algo nos acerca el Libro de los
Proverbios: “Sabiduría, Palabra, Acción Creadora, Cercanía gozosa con las
creaturas, con nosotros, los hijos de los hombres”, pero quizá aún lo
sintamos lejano e inalcanzable. Más nos ayuda el Salmo al sentir que somos
importantes para Dios, ya que pasamos de la admiración externa, a la
experiencia interna de haberlo recibido todo: “¿Qué es el hombre para que de
él te acuerdes”? Al detenernos a considerar nuestra realidad de creaturas y
aceptarla, comenzamos a vivir la verdadera libertad que es condición para
crecer, para encontrar, para relacionarnos con Quien nunca dudó en querernos,
ni en seguirnos queriendo sabiendo cómo somos, y “tanto nos amó que envió a
su Hijo para que tengamos vida por Él”. Se va develando el “misterio”, que
no es simplemente lo oculto, sino la acción salvífica que realiza Jesús y que
prosigue el Espíritu Santo, por la fe, por la Gracia, “por la Esperanza que
no defrauda”, porque nos sabemos llenos de ese Espíritu que el mismo Dios
nos ha dado.
Jesús mismo, Palabra del Padre, da
luz a nuestros entendimientos para que atisbemos la Vida Trinitaria: Él regresa
al Padre y ambos nos envían al Espíritu. “Todo lo que tiene el Padre es mío”,
poseedor que posee lo poseído por Otro. “El Espíritu me glorificará, porque
primero recibirá de mí lo que les vaya comunicando”. Comunicante de lo que
se le ha comunicado.
Que al recorrer la Liturgia
Eucarística, vayamos reconociendo la presencia Trinitaria en toda ella, desde
el inicio mismo, al santiguarnos, hasta la despedida en el nombre del Padre y
del Hijo y del Espíritu Santo.
¡Qué la intimidad de esta
presencia se haga presente a lo largo y en cada momento de la vida!