viernes, 3 de mayo de 2013

6° de Pascua, 5 de Mayo, 2013.



Primera Lectura: del libro de los Hechos de los Apóstoles 15: 1-2, 22-29
Salmo Responsorial, del salmo 66: Que te alaben, Señor, todos los pueblos. Aleluya.
Segunda Lectura: del libro del Apocalipsis del apóstol Juan 21: 10-14, 22-23
Aclamación: El Espíritu Santo les recordará todo cuanto les he dicho.
Evangelio: Juan 14: 23-29.

El canto debe proseguir, su eco debe resonar hasta los últimos rincones del universo: “¡El Señor, ha redimido a su pueblo!” Cantamos en Iglesia, en comunidad, en convivencia, en verdadera consolación, en actitud de espera porque Jesús nos anuncia la venida del Espíritu Santo, nos asegura la participación, misteriosa pero real, en la vida Trinitaria, nos describe la Nueva Jerusalén que ya ha comenzado a construir, ¡Cómo no vamos a unirnos en la alabanza e invitar a todos los pueblos a adherirse a ella!

La lectura de Hechos de los Apóstoles nos pone ante los ojos la realidad de la Iglesia, de esa Comunidad constituida por hombres, como nosotros, con diversidad de sentimientos, de expectativas, de visión, a veces aun de encerramiento intelectual y afectivo; pero con una diferencia que tiene que motivarnos a la reflexión, a la confrontación, a la clarificación, ¡nunca solos ni apoyados exclusivamente en motivos inmediatos!; sino en la oración, la consulta, el discernimiento y la apertura a la diversidad que no rompa la unidad con fáciles concesiones, sino que consolide la que Cristo fundó y que sólo se mantendrá y crecerá con y por la acción del Espíritu, “Señor y dador de vida”.  El conflicto se resuelve en conexión con la Inspiración que actúa, mediante la fe y la experiencia de la “sensación” de Dios en el desarrollo de la vida: “El Espíritu Santo y nosotros hemos decidido no imponerles más cargas que las estrictamente necesarias”. ¡Qué ejemplo de humanidad y trascendencia hermanadas en la comprensión! Claridad de decisión que no procede nada más del “saber” humano, que “imita” a Dios en el conocimiento de los hombres, en la universalidad de la Salvación, que deja en claro que el Nuevo Camino, es precisamente Nuevo y no un agregado a la Antigua Alianza. Ya escuchábamos el domingo pasado: “Ahora Yo voy a hacer nuevas todas las cosas”. La Iglesia, y nosotros con ella, necesitamos aprender que Dios no es “nuestra exclusiva”, que Es el Siempre Mayor y su creatividad no tiene límites.

El Apocalipsis nos transporta a una visión inimaginable para nosotros; visión de Fe y de Esperanza, visión de novedad y permanencia, visión de luz y claridad que tiene como centro a Jesús, el Cordero que todo lo une, a cuantos vivieron sinceramente la Antigua Alianza, representados en los doce ancianos que hacen actuales a las doce tribus de Israel y a los doce Apóstoles que significan a cuantos creemos en la Alianza Nueva y Eterna. “Cristo, la piedra angular, sobre quien se construye todo lo nuevo y duradero”.

El mismo Jesús, en su sermón de despedida, insiste, continuando lo iniciado el domingo pasado, en lo único que perdura: el amor y las lógicas consecuencias de quien ama: “cumplir su palabra”.

¡Qué maravillas nos promete: ser morada de Dios, vivir de la vida de Dios! “Mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos en él nuestra morada”. Me pregunto a mí mismo si de verdad creo en esta delicadeza de Dios: ¿Dignarse vivir en mí! Y toda vía más: no sólo es el Padre, ¡es la Trinidad que desea habitar en mí! ¿Quiero saber de Dios, encontrarme con la plenitud del conocer, sin resabios de duda o de ignorancia? Jesús Camino, me muestra el camino: “El Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre – revelación del Dios Comunidad -, les enseñará todo  cuanto les he dicho”. ¡Cómo lo necesitamos para recordar las Bienaventuranzas, el desasimiento de las creaturas, el amor universal, la conciencia de trascendencia, el perdón, la resurrección y la vida eterna! Esta es “la paz que nos ha dejado”, ¿la aceptamos y queremos vivirla?