sábado, 3 de agosto de 2013

15° ordinario, 14 julio 2013.

Dt. 30: 10-14; Salmo 68; Col. 1: 15-20; Lc. 10: 25-37.
Difícilmente nos acercamos, confiados, a un desconocido; pero es obvio que para iniciar una amistad, tendremos que hacerlo, de otra manera nos quedaríamos solos como hongos; el resultado puede ser maravilloso, del conocer, del frecuentar, del compartir, crecerá el gozo de la presencia aun en la ausencia. Tratándose del Señor, aun la aparente ausencia es presencia; nunca tendremos que hacernos las preguntas que aparecen en el fragmento del Deuteronomio, pues la experiencia nos confirmará que la boca dice lo que hay en el corazón, y al pronunciar el nombre del Señor, sabemos que ya está en  el corazón.

 “El Señor nos escucha, porque es bueno”, analicemos qué tanto lo invocamos, si oramos, confiadamente, por la paz, por esa constante conversión, que nos impulse “a acercarnos y permanecer con Él”.
En el himno cristológico, que es oración y profesión de fe, confirmamos que Cristo es el Centro, el Fundamento, el Dios cercano, el Camino para llegar al Padre, el que resume en sí la creación entera; ya no más preguntas, ¡tenemos la respuesta total!

  Sin duda habremos escuchado y meditado la parábola del buen samaritano; muchas veces, también, habremos propuesto preguntas de las que sabemos las respuestas, pero nos hacemos los ingenuos, los ignorantes para no tener que aceptar la responsabilidad que implican: “¿Quién es mi prójimo?”; Jesús nos ha respondido con su vida toda y todavía resuenan en nuestro interior las palabras de San Pablo: “Dios quiso reconciliar en Cristo todas las cosas, del cielo y de la tierra, y darles la paz por medio de su sangre, derramada en la cruz.” ¿Queremos una explicación más clara?
Ciertamente no podemos resolver los problemas del mundo entero, pero sí tratar de purificar los de nuestro pequeño entorno; no tendremos que ir muy lejos: casa, parientes, trabajo, amigos, vecinos, cuantas personas se van cruzando en nuestra vida…, ¿estamos sinceramente dispuestos poner al servicio de los demás nuestro vino, nuestro aceite, nuestra cabalgadura, nuestros denarios?, entonces estaremos haciéndole caso al deseo-envío de Jesús: “Anda y haz tú lo mismo”