Dt. 30: 10-14; Salmo 68; Col. 1: 15-20; Lc. 10: 25-37.
Difícilmente nos acercamos, confiados, a un desconocido; pero es
obvio que para iniciar una amistad, tendremos que hacerlo, de otra manera
nos quedaríamos solos como hongos; el resultado puede ser maravilloso,
del conocer, del frecuentar, del compartir, crecerá el gozo de la presencia
aun en la ausencia. Tratándose del Señor, aun la aparente ausencia
es presencia; nunca tendremos que hacernos las preguntas que aparecen
en el fragmento del Deuteronomio, pues la experiencia nos confirmará
que la boca dice lo que hay en el corazón, y al pronunciar el nombre
del Señor, sabemos que ya está en el corazón.
“El Señor nos escucha, porque
es bueno”, analicemos qué tanto lo invocamos, si oramos, confiadamente,
por la paz, por esa constante conversión, que nos impulse “a acercarnos y permanecer
con Él”.
En el himno cristológico, que es oración y profesión de fe, confirmamos
que Cristo es el Centro, el Fundamento, el Dios cercano, el Camino para
llegar al Padre, el que resume en sí la creación entera; ya no más
preguntas, ¡tenemos la respuesta total!
Sin duda habremos escuchado y meditado la parábola del buen
samaritano; muchas veces, también, habremos propuesto preguntas de
las que sabemos las respuestas, pero nos hacemos los ingenuos, los ignorantes
para no tener que aceptar la responsabilidad que implican: “¿Quién es mi prójimo?”;
Jesús nos ha respondido con su vida toda y todavía resuenan en nuestro
interior las palabras de San Pablo: “Dios quiso reconciliar en
Cristo todas las cosas, del cielo y de la tierra, y darles la paz por
medio de su sangre, derramada en la cruz.” ¿Queremos una explicación
más clara?
Ciertamente no podemos resolver los problemas del mundo entero, pero
sí tratar de purificar los de nuestro pequeño entorno; no tendremos
que ir muy lejos: casa, parientes, trabajo, amigos, vecinos, cuantas
personas se van cruzando en nuestra vida…, ¿estamos sinceramente
dispuestos poner al servicio de los demás nuestro vino, nuestro aceite,
nuestra cabalgadura, nuestros denarios?, entonces estaremos
haciéndole caso al deseo-envío de Jesús: “Anda y haz tú lo mismo”