En unión con la Iglesia Universal, te pedimos que multipliques
los dones de tu gracia, esas virtudes que dicen directamente contigo:
la fe, la esperanza, la caridad que es amor; sin ese amento, no seremos
nunca capaces de mantenernos en tu servicio y ni en el servicio
a los demás.
¿De dónde sino de Ti puede venir la capacidad de escucha, de hospitalidad,
de contemplación y de una acción que no nos sirva de vano escudo para
atender tu llamado? Meditábamos el domingo pasado qué difícil es
recibir con amabilidad a un desconocido y ahora os haces comprender
lo que muchos años después, inspiraste al escritor de la carta a los
Hebreos, en 13:2: “No se olviden de la hospitalidad;
gracias a ella algunos, sin serlo, hospedaron ángeles”, y,
en ellos, a Ti, como le sucedió a Abrahám. Recibirte es acoger la
promesa, es, vivir ya la salvación.
Muchos han visto, en el relato del Génesis, una anticipación de
la Trinidad, “misterio mantenido oculto
desde siglos y generacionesy que ahora has revelado a tu pueblo santo”,
que, unido a las tribulaciones de Cristo, Dios hombre, nos invita a
acoger a todo hombre, sin distinción de raza, pueblo o nación, para
llevar a cabo la obra de la redención.
¿Qué podemos los hombres ofrecerte que sea grato a tus ojos?: “Honradez, justicia, sinceridad y apertura”,
y cómo lograrlo sino contemplándote y escuchando tu palabra desde
la Palabra para iluminar la acción.Son demasiadas exterioridades las
que nos preocupan, cuando “una es necesaria”,
que sepamos escogerla y, como el prudente del Evangelio, cimentados
en Roca, llevarla a cabo.
María y Martha nos muestran el camino de conjunción, el que, sin
duda, ya habremos escuchado: “Ser contemplativos en la acción”;
que Jesús Eucaristía nos ayude a esa conversión tan necesaria.