Salmo Responsorial, del salmo 121: Vayamos con alegría al encuentro del Señor.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los colosenses 1: 12-20
Aclamación: ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Bendito el reino que llega, el reino de nuestro padre David!
Evangelio: Lucas 23: 35-43.
Es
el domingo de la paradoja que confunde a nuestros deseos e intereses, a
nuestras perspectivas, pero que, iluminada, desde la visión de Cristo, nos
ayuda a comprender que la magnitud del Amor del Padre, se ha hecho palpable en
la entrega total del Hijo por nosotros.
En
la Antífona de Entrada encontramos siete reconocimientos que, sólo pueden
atribuirse al Cordero Inmolado; el siete como símbolo de plenitud, que lo es
todo, y nos abre el Reino junto al
Padre. No lo captaron ni las autoridades, ni el pueblo, ni siquiera sus
discípulos, nosotros aún nos vemos envueltos en la penumbra del misterio, y por
eso pedimos: “que toda creatura, liberada
de la esclavitud, sirva a su majestad y la alabe eternamente.” ¡Limpia los corazones para que veamos!
David,
es profecía y figura del Mesías, elegido por Dios, rey y pastor, conquistador
de Jerusalén, unificador del reino del norte y del sur, realeza terrena con
todos los límites y debilidades del ser humano. La de Cristo es de orden divino
y trascendente, y se realiza en la medida en la que, quienes lo queremos
reconocer, nos alejemos del desorden, del mal y del pecado. Cristo, Ungido, nos participa de esa unción
para que seamos “Pueblo elegido,
sacerdocio real, nación consagrada, pueblo de su propiedad.” La
luz aparece y por eso cantamos: “Vayamos
con alegría al encuentro del Señor”.
Que
crezca esa luz y nos permita penetrar la profundidad del himno que entona San
Pablo: “Aquel que es el primogénito de
toda creatura, Fundamento de todo, donde se asienta cuanto tiene consistencia,
Cabeza de la Iglesia, Primogénito de entre los muertos, Reconciliador de todos
por medio de su Sangre.” La paradoja
endereza nuestras mentes, nos abre el horizonte, aunque nos sacuda con
violencia, complementa lo escuchado en los domingos anteriores: “Morir para
vivir.
¡Cómo
habrá luchado Jesús para superar la última tentación, repetida tres veces: “¡A otros ha salvado, que se salve a sí
mismo, si es el Mesías de Dios!“. Los soldados se burlan mientras le
ofrecen el brebaje: “¡Sálvate a Ti
mismo!”. “Sálvate a ti y a nosotros”,
grita uno de los ladrones.
¡Qué
fácil hubiera sido, para Él, bajarse de la Cruz! ¡Al darles gusto, hubieran
creído en Él!, pero ese no era el camino, no era esa la Voluntad del Padre, y
Jesús ya la había aceptado: “No se haga
mi voluntad sino la tuya.” ¡Qué
difícil, aceptar este Reino tan diferente a los que conocemos! Sin lujo, sin
poder, sin ejército, sino a través de una muerte cruel, deshonrosa, como
fracaso de un desdichado… Este es nuestro “Camino,
Verdad y Vida…”, oímos, meditamos y sabemos pero allá, donde
las ideas no duelen.
Una
vez más te pedimos: “auméntanos la fe”,
para escuchar de Ti, en el último encuentro, como eco de esperanza, desde
nuestro arrepentimiento que te quiere querer: “Yo te digo que hoy estarás conmigo en el Paraíso”.