viernes, 1 de noviembre de 2013

31° ordinario, 3 noviembre 2013.


Primera Lectura: del libro de la Sabiduría 11:22- 12:2
Salmo Responsorial, del salmo 144: Bendeciré al Señor, eternamente.  
Segunda Lectura: de la segunda carta del apóstol Pablo a los tesalonicenses 1:11-2:2
Aclamación: Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo Unico, para que todo el que crea en El, tenga Vida Eterna
Evangelio: Lucas 19:1-10.

Decimos en la antífona de entrada a la liturgia de hoy: “Señor, no me abandones, no te me alejes”; regresamos a la reflexión, ¿quién es el que abandona y se aleja?, ¿acaso puede ser el Señor, el Salvador? La respuesta está en la oración: “Ayúdanos a vencer en esta vida cuanto pueda alejarnos de Ti”. Ya los sabíamos, no es ninguna sorpresa; los que hacemos pesado y desviado el camino somos nosotros mismos; lo esperanzador, lo que da dimensión a nuestro interior, como conciencia que crece, es reconocer que en las disyuntivas hemos tomado el camino equivocado y al mirarnos entre breñales, junto con el grito de súplica, desandar lo andado y consultar la brújula que siempre indica el Norte.

El Libro de la Sabiduría confirma no sólo la existencia sino el actuar de ese Norte en nosotros; Norte que es seguridad, que es amor, que es comprensión y paciencia. De forma, casi diría ingenua, pero llena de afecto, la descubrimos en la comparación que experimentamos desde aquellos que nos quieren: “Aparentas no ver los pecados de los hombres, para darles ocasión de que se arrepientan”. Sabemos que lo sabes, Señor, pero tu delicadeza es tan fina que sorprende y anima: “Amas cuanto existe y no aborreces nada de lo que has hecho, pues si hubieras aborrecido alguna cosa, no la habrías creado”; la conclusión no puede ser más clara: ¡Existo, entonces, me amas!, gracias por darnos la oportunidad de recapacitar, de aceptar las correcciones y de volver a Ti.

Confirmamos nuestra actitud hacia Ti, en el Salmo, al expresar que “Te bendeciremos eternamente”, que diremos bien de Ti en obras y palabras. Hemos aprendido, recordando al samaritano leproso y curado, que te alegran los corazones agradecidos y queremos imitarlo “alabando tu nombre”, simplemente porque Eres Tú.

Para glorificarte, necesitamos ahondar en la dignidad de “la vocación a la que nos has llamado”. La fidelidad a esta vocación será imposible sin “el poder que viene de Dios en Jesucristo”; en Él se harán reales los propósitos emprendidos por la fe.

Fe que mira al futuro, pero sin angustias ni falsas suposiciones. Fe que aguarda la venida de nuestro Señor Jesucristo, y a la vez, va a su encuentro, que supera obstáculos, suspicacias, contradicciones y aun posibles burlas. Fe a ratos tambaleante y obscura, quizá  ignorante o movida por la curiosidad, pero perseverante, decidida, eficaz.

Encontramos la vivencia de esa “fe” en la persona de Zaqueo: Lucas lo describe claramente: recaudador de impuestos, enfrascado en lo inmediato, en el dinero, rico, preocupado por quedar bien con los conquistadores romanos, considerado enemigo del pueblo, quien, al sentir el vacío de las cosas, busca algo más. Ha oído hablar de Jesús y nace el interés por conocerlo. La curiosidad lo impulsa. Ignora qué pueda resultar de ella. Pequeño de estatura, pone los medios para lograr el fin: “se sube a un árbol para verlo cuando pasara por ahí”. Podemos imaginarlo, bien vestido, ya entrado en edad, los esfuerzos que hace para ascender. Lo acicatea el deseo de ver a Jesús.

El fruto del encuentro con Jesús sacude su interior desde el exterior: “Zaqueo, baja que hoy me hospedaré en tu casa”. Se pregunta: ¿quién me invita, a qué me invita y a qué se invita? Se le agolpan los vagos y confusos conocimientos que tenía sobre Jesús, pero el que se haya fijado especialmente en él, pecador, despreciado por el pueblo, hace que sienta intensamente ese llamado a la justicia, a la equidad. Zaqueo conoce su propia realidad, sabe de la valoración de sus acciones personales, y se lanza al “encuentro” con Jesús que es encuentro con la Verdad.   Físicamente, da el brinco. Y se prepara para recibir a Jesús en su casa. ¡Lo que significa que Jesús venga a él! Zaqueo ha sopesado su interior, encontró con claridad lo que le impedía vivir en paz, y su reacción, a los ojos de muchos, será desconcertante: “Señor, doy la mitad de mis bienes a los pobres y si a alguien defraudé, le restituiré el cuádruplo”. Sabía cómo elegir bien, por sobre el propio poseer y el bienestar, lo maravilloso es que ahora lo hace. En el mismo Evangelio encontramos el fruto de haber actuado así: la paz, la salvación. Analizando los pasos de Zaqueo, vemos que no omitió ninguno, llegó a donde conduce una búsqueda auténtica; Jesús corrobora su propia misión: “El Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido”. ¡La paciencia de Dios, siempre florece cuando encuentra corazones dispuestos aun cuando ni ellos mismos lo sepan!

¡Señor, que sepamos que Te sabemos! ¡Contamos contigo para dar el salto!