viernes, 8 de noviembre de 2013

32º ordinario, 10 noviembre 2013.

Primera Lectura: del segundo libro de los Macabeos: 7:1-2, 9-14
Salmo Respomsorial, del salmo 16: Al despertar, Señor, contemplaré tu rostro.
Segunda Lectura: de la segunda carta del apóstol Pablo a los tesalonicenses 2:16, 3:5
Aclamación: Jesucristo es el Primogénito de los muertos; a El sea dada la gloria y el poder por siempre.
Evangelio: Lucas 20:27-38.

La liturgia de hoy nos enfrenta a lo que todos sabemos que nos aguarda y que cada día está más cerca, la certeza de que vamos a morir. ¿Cuál es nuestra actitud ante esta realidad?

Me anima la reflexión que encontré y desearía hacerla mía, consciente, plena, iluminadora: “Para mí, en lo personal, esta certeza no me atemoriza, para nada. Al contrario, me hace pensar con inmenso regocijo y esperanza en el “más allá”, en lo que hay después de la muerte; me ayuda a aprovechar mejor esta vida, no para “pasarla bien”, sino para tratar de llenar mi alforja de buenos frutos para la vida eterna”.

La fe, con mucho de titubeante y obscura, y más cercana a la curiosidad, que impulsó  a Zaqueo a buscar a Jesús y dejarse encontrar por Él; se nos presenta hoy, en la primera lectura, fuerte y ejemplar en la narración del martirio de cuatro de los hermanos apresados junto con su madre, en tiempos del rey Antíoco. Proclamación de una esperanza que debe reorientar a un mundo secularizado, absurdo por superficial, enredado en el egoísmo y en un inconcebible gozo de la opresión y aun de la muerte para mostrar el poder.

Las palabras de los jóvenes provienen de corazones recios, de una convicción profundamente arraigada que engendra la desconcertante valentía y deja estupefactos al rey y a los verdugos. “Dispuestos a morir antes que quebrantar la ley de nuestros padres”. Se anuncia la aurora del “más allá” que va creciendo: “Asesino, tú nos arrancas la vida presente, pero el rey del universo nos resucitará a una vida eterna”; la luz aumenta: “De Dios recibí estos miembros y por amor a su ley los desprecio, y de Él espero recobrarlos”.Y llegamos a la plenitud del medio día: “Vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se tiene la firme esperanza de que Dios nos resucitará. Tú, en cambio, no resucitarás para la vida”. 

Vivieron, en la fe, lo que es morir: “Morir es sólo morir; es una hoguera fugitiva; es sólo cruzar una puerta y encontrar lo que tanto se buscaba. Es acabar de llorar, dejar el dolor y abrir la ventana a la Luz y a la Paz. Es encontrarse cara a cara con el Amor de toda la vida”. De manera semejante se expresan Pablo: “Para mí la vida es Cristo y la muerte una ganancia” (Filip. 1:21) y Sta. Teresa: “Vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero que muero porque no muero”. Sin escape alguno, volvemos a preguntarnos: ¿qué actitud tengo ahora y quiero mantener ante la muerte, la Resurrección y “la Vida Otra”?

Quedémonos ante el misterio sin destruirlo, sintamos la búsqueda de la verdad; si ya Horacio decía “non omnis morirar” (“No moriré  del todo”), ¡cuánto más fuerte es la aseveración de Jesús: “Dios no es Dios de muertos sino de vivos”! Al afirmar Jesús que “seremos como los ángeles e hijos de Dios”, no dice que seremos ángeles, sino “como”; resucitaremos como nosotros somos ahora, pero en una realidad corpórea penetrada y transformada por  la espiritual, por el Espíritu de Dios mismo. ¿Queremos imaginarnos cómo seremos?, veamos a Cristo Resucitado, con carne y huesos y las llagas relucientes; verdadero cuerpo, pero en otra dimensión biológica.

“Creo en la resurrección de los muertos y la vida eterna”; nuestro más precioso tesoro es lo que nos espera después de la vida, pero que tenemos que preparar en y con el actual tesoro de la vida, en ella construimos diariamente la eternidad. Ahí viviremos sin  cronología, siempre con el Señor, sumergidos en el océano mismo de la Vida; confirmaremos el triunfo sobre la muerte y sobre el mal. Mensaje promulgado por el Padre, “quien nos ha dado por Jesús, gratuitamente, un consuelo eterno y una feliz esperanza”. “Amen a Dios y esperen pacientemente su venida”. El gozo nos aguarda, ¡pregustémoslo!