Salmo Respomsorial, del salmo 16: Al despertar, Señor, contemplaré tu rostro.
Segunda Lectura: de la segunda carta del apóstol Pablo a los tesalonicenses 2:16, 3:5
Aclamación: Jesucristo es el Primogénito de los muertos; a El sea dada la gloria y el poder por siempre.
Evangelio: Lucas 20:27-38.
La liturgia de
hoy nos enfrenta a lo que todos sabemos que nos aguarda y que cada día
está más cerca, la certeza de que vamos a morir. ¿Cuál es nuestra
actitud ante esta realidad?
Me anima la reflexión
que encontré y desearía hacerla mía, consciente, plena, iluminadora:
“Para mí, en lo personal, esta certeza no me atemoriza, para nada.
Al contrario, me hace pensar con inmenso regocijo y esperanza en el
“más allá”, en lo que hay después de la muerte; me ayuda a aprovechar
mejor esta vida, no para “pasarla bien”, sino para tratar de llenar
mi alforja de buenos frutos para la vida eterna”.
La fe, con mucho
de titubeante y obscura, y más cercana a la curiosidad, que impulsó
a Zaqueo a buscar a Jesús y dejarse encontrar por Él; se nos presenta
hoy, en la primera lectura, fuerte y ejemplar en la narración del martirio
de cuatro de los hermanos apresados junto con su madre, en tiempos del
rey Antíoco. Proclamación de una esperanza que debe reorientar a un
mundo secularizado, absurdo por superficial, enredado en el egoísmo
y en un inconcebible gozo de la opresión y aun de la muerte para mostrar
el poder.
Las palabras
de los jóvenes provienen de corazones recios, de una convicción profundamente
arraigada que engendra la desconcertante valentía y deja estupefactos
al rey y a los verdugos. “Dispuestos a morir antes que quebrantar la ley de nuestros padres”.
Se anuncia la aurora del “más allá” que va creciendo: “Asesino, tú nos arrancas la vida presente, pero el rey del universo
nos resucitará a una vida eterna”; la luz aumenta: “De Dios recibí estos miembros y por amor a su ley los desprecio,
y de Él espero recobrarlos”.Y llegamos a la plenitud del medio
día: “Vale
la pena morir a manos de los hombres, cuando se tiene la firme esperanza
de que Dios nos resucitará. Tú, en cambio, no resucitarás para la
vida”.
Vivieron, en la fe,
lo que es morir: “Morir es sólo morir; es una hoguera fugitiva; es sólo cruzar
una puerta y encontrar lo que tanto se buscaba. Es acabar de llorar,
dejar el dolor y abrir la ventana a la Luz y a la Paz. Es encontrarse
cara a cara con el Amor de toda la vida”. De manera semejante
se expresan Pablo: “Para mí la vida es Cristo y la muerte una ganancia” (Filip.
1:21) y Sta. Teresa: “Vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero que muero porque no
muero”. Sin escape alguno, volvemos a preguntarnos: ¿qué
actitud tengo ahora y quiero mantener ante la muerte, la Resurrección
y “la Vida Otra”?
Quedémonos ante
el misterio sin destruirlo, sintamos la búsqueda de la verdad; si ya
Horacio decía “non omnis morirar” (“No moriré
del todo”), ¡cuánto más fuerte es la aseveración de Jesús: “Dios no es Dios
de muertos sino de vivos”! Al afirmar Jesús que “seremos como los ángeles e hijos de Dios”, no dice que
seremos ángeles, sino “como”; resucitaremos como nosotros somos
ahora, pero en una realidad corpórea penetrada y transformada por
la espiritual, por el Espíritu de Dios mismo. ¿Queremos imaginarnos
cómo seremos?, veamos a Cristo Resucitado, con carne y huesos y las
llagas relucientes; verdadero cuerpo, pero en otra dimensión biológica.
“Creo en la
resurrección de los muertos y la vida eterna”; nuestro más precioso
tesoro es lo que nos espera después de la vida, pero que tenemos que
preparar en y con el actual tesoro de la vida, en ella construimos diariamente
la eternidad. Ahí viviremos sin cronología, siempre con
el Señor, sumergidos en el océano mismo de la Vida; confirmaremos
el triunfo sobre la muerte y sobre el mal. Mensaje promulgado por el
Padre, “quien
nos ha dado por Jesús, gratuitamente, un consuelo eterno y una feliz
esperanza”.
“Amen a Dios y esperen pacientemente su venida”. El gozo
nos aguarda, ¡pregustémoslo!